La Recta Conciencia

¿Terminaremos deduciendo que aquellos deportistas que hemos admirado y aplaudido, resulta que estaban dopados o artificialmente estimulados, como parece concluirse tras las noticias de estos días? El clima de sospecha llega a ser tan generalizado que no es difícil escuchar este tipo de expresiones: “todos son iguales”, “todos son unos corruptos”, “todo el mundo tiene su precio”…etc.
Digámoslo claramente: la corrupción en la vida pública es uno de los principales males morales de nuestros días, y se hace necesario arbitrar medidas de estricto control que puedan devolver la confianza a los ciudadanos. Pero dicho esto, debemos añadir que el clima generado por la corrupción puede acarrear en nosotros un segundo mal moral, frente al que debemos estar alerta: me refiero a una desconfianza generalizada, que nos lleve a aislarnos y ausentarnos de la vida pública y política. Una tentación posible ante la expansión de la corrupción, es que nos dejemos arrastrar por el escepticismo, e incluso por el cinismo.
En efecto, se cuenta de Diógenes, filósofo de la Escuela Cínica de la Antigua Grecia, que solía caminar por las calles de Atenas, a plena luz del día, llevando en su mano una lámpara encendida, y que respondía a quienes le preguntaban por el sentido de su extraña actitud: “¡Busco un hombre!”… Es decir, Diógenes decía estar entregado a una misión imposible: ¡¡buscar un hombre honesto!! Cuenta la leyenda que en una ocasión, Diógenes mantuvo un inesperado encuentro con Alejandro Magno, quien empezó la conversación así: ‘Yo soy Alejandro Magno’. El filósofo contestó: ‘Y yo, Diógenes, el cínico’. Alejandro entonces le preguntó de qué modo podía servirle, y el filósofo le replicó: “¿Podrías apartarte para no quitarme la luz del sol?”.
Queridos hermanos y hermanas, no es extraño que las debilidades y miserias de nuestro prójimo, puedan llegar a generar en nosotros males como la desconfianza, el escepticismo y el cinismo. Más aún, de la pérdida de la fe en el hombre puede derivarse la propia pérdida de la fe en Dios. Sin embargo, si confiamos plenamente en Dios, entonces aprendemos a no desesperar de nadie. Lo cual no quiere decir, ciertamente, que no tengamos que ser conscientes de la debilidad del ser humano; pero sin dejar de creer en su capacidad de honradez y honestidad. En el siglo IV antes de Cristo, Diógenes el Cínico, no había conocido a Jesucristo, y por ello desesperaba del hombre. ¿No ocurrirá lo mismo hoy en día, en la medida en que demos la espalda a nuestra fe en Jesucristo?
Pero para no dejarnos arrastrar por los males que se derivan de la corrupción, a la fe en Jesucristo es importante añadir la virtud de la humildad. En efecto, todos tenemos que realizar un profundo examen de conciencia: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. No sería justo limitarnos a hablar de la corrupción en tercera persona del plural, como si los corruptos fuesen siempre los demás: “ellos”, “los políticos”, “los ciclistas”… Sinceramente, ¿somos nosotros honestos en nuestra relación con el dinero, a nuestro nivel y en nuestras circunstancias?
A la luz de la fe hacemos estas reflexiones morales, sin apartar nuestra mirada de San Sebastián, ¡quien estuvo dispuesto a perder su elevado estatus social, como miembro de la Guardia Pretoriana del Cesar, por fidelidad a su conciencia! Por ello, le pido a nuestro santo Patrono que nos ayude a educar y a escuchar nuestra conciencia, sin acallarla ni manipularla. Como afirmaba el escritor ruso Dostoievski: “Más allá de la moral y de la conciencia solo se encuentra el abismo de la locura”. Y si abrimos los ojos, lo podemos comprobar en el día a día de nuestra relación con el prójimo: La recta conciencia es la mejor almohada; mientras que la conciencia errónea y falsa es, a medio plazo —cuando no a corto plazo—, fuente de sufrimientos y de desequilibrios… Alguien dijo que la conciencia es como una abeja: si la usamos bien, nos da miel; pero si la usamos mal, nos clava su aguijón… ¡Dejémosle a Dios hablarnos a través de la voz de nuestra conciencia!
MonseñorJosé Ignacio Munilla Aguirre (20 de enero 2013)
fuente www.elizagipuzkoa.org