El evangelio de Mateo (5,1-11 abre el “Sermón de la Montaña” que ha iluminado la vida de los creyentes y también de muchos no creyentes. Es difícil no ser tocado por estas palabras de Jesús, y es justo el deseo de entenderlas y de acogerlas cada vez más plenamente. Las bienaventuranzas contienen la “carta de identidad” del cristiano ―es nuestro carnet de identidad―, porque dibujan el rostro de Jesús, su forma de vida.
Esta vez enmarcamos en conjunto estas palabras de Jesús; en la próxima catequesis comentaremos las bienaventuranzas individuales, una a una.
En primer lugar, es importante cómo se produjo la proclamación de este mensaje: Jesús, viendo a la multitud que le seguía, sube al suave monte que rodea el lago de Galilea, se sienta y, dirigiéndose a sus discípulos, anuncia las bienaventuranzas. El mensaje, pues, se dirige a los discípulos, pero en el horizonte están las multitudes, es decir, toda la humanidad. Es un mensaje para toda la humanidad.
Además, “el monte” recuerda al Sinaí, donde Dios le dio a Moisés los mandamientos. Jesús empieza a enseñar una nueva ley: ser pobre, ser manso, ser misericordioso… Estos “nuevos mandamientos” son mucho más que normas. De hecho, Jesús no impone nada, pero revela el camino a la felicidad ―su camino― repitiendo ocho veces la palabra “bienaventurados”·…
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