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Ser cristiano es descubrir la belleza de formar una sola familia, la de los hijos de Dios. Haber recibido el bautismo no nos impide ser nosotros mismos, cada uno con sus virtudes y defectos, pero nos ayuda a vivir la diferencia con el deseo de ayudar, de aprender de los demás, de valorar lo que nos une y asombrarnos con lo que nos diferencia.
Este año, la Obra Pontificia de la Santa Infancia o de la Infancia Misionera, que lo mismo es, quiere que pongamos nuestro pensamiento en la comunión, en la unidad de todos los que creemos en Cristo. Ya lo dijo el Santo Padre Benedicto XVI la última vez que estuvo en España, para la JMJ de 2011: “Permitidme que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él” (Homilía, 21-8-2011).
No podemos vivir nuestra fe “por libre”. La comunidad, la Iglesia, nos ayuda a no desalentarnos cuando la fe pasa por dificultades, nos fortalece cuando nos sentimos débiles, nos llena de alegría cuando descubrimos los frutos de la entrega de nuestros hermanos…
Sin embargo, la cultura actual es una cultura de enfrentamiento. Una de las grandes victorias del demonio en la sociedad nuestra es la división, es provocar la confrontación, los recelos, la enemistad. Y es triste, porque cada uno es diferente, cada uno ha recibido de Dios unos dones, unos talentos, unas gracias, pero no para enfrentarse al prójimo, sino para ponerse a su servicio.
Esa cultura de enfrentamiento también se puede dar en la Iglesia y entre los cristianos. Así lo denunciaba el papa Francisco el día de Pentecostés de 2021: “Hoy, si escuchamos al Espíritu, no nos centraremos en conservadores y progresistas, tradicionalistas e innovadores, derecha e izquierda. Si estos son los criterios, quiere decir que en la Iglesia se olvida el Espíritu. El Paráclito impulsa a la unidad, a la concordia, a la armonía en la diversidad. Nos hace ver como partes del mismo cuerpo, hermanos y hermanas entre nosotros. ¡Busquemos el todo! El enemigo quiere que la diversidad se transforme en oposición, y por eso la convierte en ideologías. Hay que decir «no» a las ideologías y «sí» al todo” (Homilía, 23-5-2021).
Precisamente, la misión es siempre una gran oportunidad para vivir la comunión, la fraternidad. La misión nos hace salir de nosotros mismos y nos ayuda a poner los ojos en los demás, en los que están cerca y en los que están lejos. Nos anima a rezar unos por otros, sintiéndonos responsables del bien y del mal que disfrutan o padecen los demás. Nos hace abandonar nuestras comodidades para que nos acordemos de que hay muchos hombres y mujeres en el mundo, también niños y jóvenes, que no conocen al Salvador y que también tienen sed de ser amados, acompañados, perdonados, mirados por Dios. Nos abre el corazón a la generosidad, que nos motiva a desprendernos incluso de lo que podemos necesitar, para dárselo a otro que está más necesitado que nosotros.
“Uno para todos y todos para Él” es una forma expresiva de plasmar esta idea. Con ella parafraseamos una conocida frase de la gran novela Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas. De hecho, es el lema nacional, no oficial, de Suiza. Pero aquí le damos el sentido sobrenatural.
“Uno para todos”, porque Cristo es para todos. Él ha venido a salvar a todos, quiere llegar a todos y con todos hacerse uno. Todos comemos del mismo pan y todos bebemos del mismo Espíritu (cf. 1 Cor 10,17; 12,13). Cristo se da a todos y con todos se hace el encontradizo para entrar en su corazón (cf. Ap 3,20).
“Todos para Él”, como expresión de la sinodalidad, a la que el papa Francisco nos está invitando. Todos, cada uno desde su vocación personal, concreta; cada uno con sus talentos y dones, también con sus limitaciones y pobrezas; pero todos remando en la misma dirección, para poner todo bajo el cuidado y la mirada del Señor. Todos sintiendo la responsabilidad de la misión de la Iglesia.
Los niños en la Infancia Misionera deben disfrutar de esta experiencia de Iglesia. Experiencia de compartir, pero no solo los bienes materiales: también la fe, la alegría de saberse querido. La experiencia de saberse útiles, necesarios para los demás, ayudando a llevar la cruz, la dificultad, el peso del día a día a quienes, como nosotros, tienen deseos de ir al cielo.
Por José María Calderón
Director de OMP en España