Novena en honor a la Inmaculada Concepción de María

 Del 29 de noviembre al 7 de diciembre en nuestra parroquia

Mañanas: a las 12:30 h.  después de la Santa Misa

Tardes: a las 19:00 h. Rosario, Novena y Santa Misa.

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Vigilia Diocesana de la Inmaculada en la iglesia del Carmen

Domingo, 7 de diciembre
20,30 h. Rosario en el exterior del templo y a continuación dentro del templo Vigilia
(presidida por el Sr. Obispo, D. Julián Ruiz)

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Lunes, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

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6 de diciembre, fiesta de San Nicolás

 
San Nicolás de Bari vivió aproximadamente entre los años 280 a 345. Se sabe de manera cierta, que hacia la época del concilio de Nicea (año 325) era obispo de Myra, diócesis del Asia Menor. Es probable, aunque no está probado, que asistiera al concilio. Murió en la capital de su diócesis y fue sepultado en la catedral. En el año 1087 sus restos fueron trasladados a Bari, en Italia.
 
Si tuviésemos que atenernos a lo históricamente demostrable, podríamos terminar aquí. Pero hay un gran hecho histórico que no se puede desconocer: la devoción a San Nicolás de Bari, es intensa y extensa. Podríamos decir que, si bien los abundantes milagros que se atribuyen a San Nicolás no están probados, sí lo está el milagro patente de que sea el Santo que cuenta con la iconografía más numerosa, de tal modo que las imágenes de San Nicolás sólo las superan las de la Santísima Virgen.
 
Su biografía se escribió cinco siglos después de su muerte (año 847), encontrando en ella más devoción entusiasta que documentación histórica; pero a cambio, poseemos una tradición ininterrumpida que nos autoriza a trazar aquí la biografía popular entrañable del Santo de Myra y de Bari.
San Nicolás nació en Pátara de Licia, una antigua provincia del Asia Menor. En su juventud peregrinó a Egipto y Palestina, y al poco tiempo de su regreso fue nombrado obispo de Myra, capital de la provincia de Licia, junto al mar Mediterráneo. Fue encarcelado durante la persecución de Diocleciano por defender su fe, siendo liberado al subir al trono el emperador Constantino.  San Nicolás combatió incansablemente el paganismo.
  
Posiblemente San Nicolás participó en el concilio de Nícea en el año 325, donde se condenó la herejía arriana que ponía en duda la divinidad de Jesucristo, y se instituyó el credo Niceno que se reza en la misa; sin embargo, su nombre no aparece en las antiguas listas de los obispos que participaron en el concilio. Su legendaria caridad es el origen del personaje conocido  como “Santa Claus”. 
 
De los numerosos hechos que se relatan de la vida del Santo, el más difundido y el más generalmente aceptado, aunque no se trata de milagro, sí da muestra de su generosa y encendida caridad: Había en Pátara, según se dice, un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a las que no podía casar por falta de dote. Y el hombre fue tan ruin que maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener dinero. Al enterarse San Nicolás —sin que sea necesario admitir que por especial revelación divina, como quieren algunos—, se dirigió en el silencio de la noche hasta la casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojando por la ventana de la habitación del padre una bolsa de oro, retirándose sin ser oído.
 
Al día siguiente el padre, al contar con dinero suficiente para dote de una de las muchachas, abandonó su malvada idea y destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se casó.
 
El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su excursión nocturna y dejó otra bolsa, que constituyó la dote de la segunda de las jóvenes. Nicolás repitió el donativo por tercera vez, pero en esta ocasión fue sorprendido por el padre, que arrepentido ya de sus malos pensamientos, se explayó en manifestaciones de gratitud y de piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido San Nicolás el generoso donante.
 
Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la bolsa ocurriera el hecho en lunes, en esto se funda la devoción de los tres lunes de San Nicolás…

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Segundo domingo de Adviento – Ciclo A – Eucaristía de Familias

Monición de entrada: En el segundo domingo de Adviento encendemos otra vela de la corona, y junto a la primera, su luz hace que todo brille con más fuerza. Deja que su brillo te recuerde que siempre puedes empezar de nuevo. Cada día es una oportunidad para que Jesús te ayude a ser más bueno, más alegre y más luminoso. ¡Abre tu corazón y déjala entrar!
En nuestra “Ventana de la Paz” hoy se asoma Juan Bautista  y nos avisa que viene la LUZ, que preparemos el camino y nos convirtamos, como el gusano se convierte en mariposa. Leer más

Segundo domingo de Adviento – Ciclo A-

Hoy, segundo domingo de Adviento, el Evangelio de la Liturgia nos presenta la figura de Juan el Bautista. El texto dice que «llevaba un vestido de pelos de camello», que «su comida eran langostas y miel silvestre» (Mt 3,4) y que invitaba a todos a la conversión: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos está cerca» (v. 2). Predicaba la cercanía del Reino. En suma, un hombre austero y radical, que a primera vista puede parecernos un poco duro y que infunde cierto temor. Pero entonces nos preguntamos: ¿Por qué la Iglesia lo propone cada año como el principal compañero de viaje durante este tiempo de Adviento? ¿Qué se esconde detrás de su severidad, detrás de su aparente dureza? ¿Cuál es el secreto de Juan? ¿Cuál es el mensaje que la Iglesia nos da hoy con Juan?

En realidad, el Bautista, más que un hombre duro es un hombre alérgico a la falsedad. Por ejemplo, cuando se acercaron a él los fariseos y los saduceos, conocidos por su hipocresía, su “reacción alérgica” fue muy fuerte. Algunos de ellos, de hecho, probablemente iban a él por curiosidad o por oportunismo, porque Juan se había vuelto muy popular. Aquellos fariseos y saduceos se sentían satisfechos y frente al llamamiento incisivo del Bautista, se justificaban diciendo: «Tenemos por padre a Abrahán» (v. 9). Así, entre falsedades y orgullo, no aprovecharon la ocasión de la gracia, la oportunidad de comenzar una vida nueva: estaban cerrados en la presunción de ser justos. Por ello, Juan les dice: «Dad, pues, digno fruto de conversión» (v. 8). Es un grito de amor, como el de un padre que ve a su hijo arruinarse y le dice: “¡No desperdicies tu vida!” De hecho, queridos hermanos y hermanas, la hipocresía es el peligro más grave, porque puede arruinar también las realidades más sagradas. La hipocresía es un peligro grave. Por eso el Bautista —como después también Jesús— es duro con los hipócritas. Podemos leer, por ejemplo, el capítulo 23 de Mateo donde Jesús habla a los hipócritas del tiempo, tan fuerte. ¿Por qué hace así el Bautista y también Jesús? Para despertarlos. En cambio, aquellos que se sentían pecadores «acudían a él […] confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán» (v. 5). Es así, es así: para acoger a Dios no importa la destreza, sino la humildad. Este es el camino para acoger a Dios, no la destreza: “somos fuertes, somos un pueblo grande…”, no, la humildad: “soy un pecador”; pero no en abstracto, no: “soy pecador por esto, esto y esto”, cada uno de nosotros debe confesar, primero a sí mismo, sus propios pecados, faltas, hipocresías; hay que bajar del pedestal y sumergirse en el agua del arrepentimiento.

Queridos hermanos y hermanas, Juan, con sus “reacciones alérgicas”, nos hace reflexionar. ¿No somos también nosotros, a veces, un poco como aquellos fariseos? Tal vez miramos a los demás por encima del hombro, pensando que somos mejores que ellos, que tenemos las riendas de nuestra vida, que no necesitamos cada día a Dios, a la Iglesia, a los hermanos y olvidamos que solamente en un caso es lícito mirar a otro desde arriba hacia abajo: cuando es necesario ayudarlo a levantarse, el único caso, los demás casos de mirar desde arriba hacia abajo no son lícitos. El Adviento es un tiempo de gracia para quitarnos nuestras máscaras —cada uno de nosotros tiene una— y ponernos a la fila con los humildes;  para liberarnos de la presunción de creernos autosuficientes, para ir a confesar nuestros pecados, esos escondidos, y acoger el perdón de Dios, para pedir perdón a quien hemos ofendido. Así comienza una nueva vida. Y la vía es una sola, la de la humildad: purificarnos del sentido de superioridad, del formalismo y de la hipocresía, para ver en los demás a hermanos y hermanas, a pecadores como nosotros y ver en Jesús al Salvador que viene por nosotros, no por los demás, por nosotros; así como somos, con nuestras pobrezas, miserias y defectos, sobre todo con nuestra necesidad de ser levantados, perdonados y salvados.

Y recordemos de nuevo una cosa: con Jesús la posibilidad de volver a comenzar siempre existe. Nunca es demasiado tarde, siempre está la posibilidad de volver a comenzar, tened valor, Él está cerca de nosotros en este tiempo de conversión. Cada uno puede pensar: “Tengo esta situación dentro, este problema que me avergüenza…” Pero Jesús está cerca de ti, vuelve a comenzar, siempre existe la posibilidad de dar un paso más. Él nos espera y no se cansa nunca de nosotros. ¡Nunca se cansa! Y nosotros somos tediosos pero nunca se cansa. Escuchemos el llamamiento de Juan Bautista para volver a Dios y no dejemos pasar este Adviento como los días del calendario porque este es un tiempo de gracia, de gracia también para nosotros, ahora, aquí. Que María, la humilde sierva del Señor nos ayude a encontrarle a Él, a Jesús y a los hermanos en el sendero de la humildad, que es el único que nos hará avanzar.

S.S. Francisco,
Ángelus 4 de diciembre de 2022
Fuente: vatican.va