Horario de Misas los domingos y festivos en nuestra parroquia, a partir del 22 de junio

A partir del domingo 22 de junio (inclusive) se suprime la Eucaristía de 13,00 h. 
hasta que se reanude el nuevo curso de catequesis.

Horario de misas a partir del 22 de junio de 2025
De lunes a sábado  
En San Nicolás el Real: 12:00 h. –  19:30 h.
En  El Carmen: 10:00 h

Domingos y festivos
En San Nicolás el Real: 12:00 h. –  19:30 h. –  21:00 h.
En el Carmen:  10,00 h.

Novena en honor a la Virgen del Carmen

Virgen del Carmen
Del 7 al 15 de julio
19,00 h. Rosario, Novena y Santa Misa
 Día 16 de julio 
Fiesta de Nuestra Señora del Carmen
* * * * *

En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron al Monte Carmelo, con san Simón Stock. La Virgen María prometió a este santo un auxilio especial en la hora de la muerte a los miembros de la orden carmelitana y a cuantos participaran de su patrocinio llevando su escapulario.

Los Carmelitas, conocidos por su profunda devoción a la Virgen María, interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Re 18,44) como un símbolo de la Virgen.

“Te suplicamos, Señor, que nos ayude la admirable intercesión de la gloriosa Virgen María, para que, protegidos por su ayuda, consigamos llegar hasta el monte que es Cristo”. Estas palabras de la oración colecta de la conmemoración de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo expresan el significado de esta extendida devoción mariana.

Como afirmó Benedicto XVI “María, fue la primera que creyó y experimentó, de modo insuperable, que Jesús, Verbo encarnado, es el culmen, la cumbre del encuentro del hombre con Dios” (Ángelus 16 julio 2006).

En la Virgen del Carmen vemos un modelo de oración, contemplación y dedicación a Dios. Benedicto XVI dijo el 11 de mayo de 2007: “No hay fruto de la gracia en la historia de la salvación que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora”.

Los marineros, antes de los descubrimientos electrónicos, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el océano. De aquí la analogía con la Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

El 8 de julio de 2013, durante su viaje a la isla italiana de Lampedusa, el Papa Francisco recitó una conmovedora oración a la Virgen María, en la que, entre otras cosas, decía:

Oh María, Estrella del Mar, una vez más recurrimos a ti,

para encontrar refugio y serenidad, para implorar amparo y socorro.

Madre de Dios y Madre nuestra, dirige tu dulcísima mirada a todos los que cada día afrontan los peligros del mar para garantizar a sus familias el sustento necesario para la vida, para tutelar el respeto de la creación, para servir a la paz entre los pueblos. 

Protectora de los migrantes e itinerantes, ayuda con atención materna a los hombres, mujeres y niños obligados a huir de sus tierras en busca de futuro y de esperanza. Que el encuentro con nosotros y nuestros pueblos no se transforme en fuente de nuevas y más graves esclavitudes y humillaciones”.

 Julián Ruiz Martorell (12 de julio de 2023)

Fuente:agenciasic.com

15 domingo Tiempo Ordinario – C

samaritano

Hoy me gustaría hablarles de una persona experta, preparada, un doctor en la Ley, que sin embargo necesita cambiar de perspectiva, porque está concentrado en sí mismo y no se da cuenta de los demás (cf. Lc 10,25-37). De hecho, le pregunta a Jesús cómo se «hereda» la vida eterna, utilizando una expresión que la considera como un derecho inequívoco. Pero detrás de esta pregunta, quizás se esconde precisamente una necesidad de atención: la única palabra sobre la que pide explicaciones a Jesús es el término «prójimo», que literalmente significa «el que está cerca».

Por eso, Jesús cuenta una parábola que es un camino para transformar esa pregunta, para pasar del «¿quién me quiere?» al «¿quién ha querido?». La primera es una pregunta inmadura, la segunda es la pregunta del adulto que ha comprendido el sentido de su vida. La primera pregunta es la que pronunciamos cuando nos situamos en un rincón y esperamos, la segunda es la que nos impulsa a ponernos en camino.

La parábola que cuenta Jesús tiene, de hecho, como escenario un camino, y es un camino difícil y áspero, como la vida. Es el camino que recorre un hombre que baja de Jerusalén, la ciudad en la montaña, a Jericó, la ciudad bajo el nivel del mar. Es una imagen que ya presagia lo que podría ocurrir: efectivamente, sucede que ese hombre es asaltado, golpeado, despojado y abandonado medio muerto. Es la experiencia que se vive cuando las situaciones, las personas, a veces incluso aquellos en quienes hemos confiado, nos quitan todo y nos dejan tirados.

Pero la vida está hecha de encuentros, y en estos encuentros nos revelamos tal y como somos. Nos encontramos frente al otro, frente a su fragilidad y su debilidad, y podemos decidir qué hacer: cuidar de él o hacer como si nada. Un sacerdote y un levita bajan por ese mismo camino. Son personas que prestan servicio en el Templo de Jerusalén, que viven en el espacio sagrado. Sin embargo, la práctica del culto no lleva automáticamente a ser compasivos. De hecho, antes que una cuestión religiosa, ¡la compasión es una cuestión de humanidad! Antes de ser creyentes, estamos llamados a ser humanos.

Podemos imaginar que, después de haber permanecido mucho tiempo en Jerusalén, aquel sacerdote y aquel levita tienen prisa por volver a casa. Es precisamente la prisa, tan presente en nuestra vida, la que muchas veces nos impide sentir compasión. Quien piensa que su viaje debe tener la prioridad, no está dispuesto a detenerse por otro.

Pero he aquí que llega alguien que sí es capaz de detenerse: es un samaritano, es decir, alguien que pertenece a un pueblo despreciado (cf. 2 Re 17). En su caso, el texto no precisa la dirección, sino que solo dice que estaba de viaje. La religiosidad aquí no tiene nada que ver. Este samaritano se detiene simplemente porque es un hombre ante otro hombre que necesita ayuda.

La compasión se expresa a través de gestos concretos. El evangelista Lucas se detiene en las acciones del samaritano, al que llamamos «bueno», pero que en el texto es simplemente una persona: el samaritano se acerca, porque si quieres ayudar a alguien, no puedes pensar en mantenerte a distancia, tienes que implicarte, ensuciarte, quizás contaminarte; le venda las heridas después de limpiarlas con aceite y vino; lo carga en su montura, es decir, se hace cargo de él, porque solo se ayuda de verdad si se está dispuesto a sentir el peso del dolor del otro; lo lleva a una posada donde gasta su dinero, «dos denarios», más o menos dos días de trabajo; y se compromete a volver y, si es necesario, a pagar más, porque el otro no es un paquete que hay que entregar, sino alguien que hay que cuidar.

Queridos hermanos y hermanas, ¿cuándo seremos capaces nosotros también de interrumpir nuestro viaje y tener compasión? Cuando hayamos comprendido que ese hombre herido en el camino nos representa a cada uno de nosotros. Y entonces, el recuerdo de todas las veces que Jesús se detuvo para cuidar de nosotros nos hará más capaces de compasión.

Recemos, pues, para que podamos crecer en humanidad, de modo que nuestras relaciones sean más verdaderas y más ricas en compasión. Pidamos al Corazón de Cristo la gracia de tener cada vez más sus mismos sentimientos.

S.S. León XIV

Audiencia, 28 de mayo de 2025