Marta.María

16 Domingo Tiempo Ordinario -C

En la liturgia de hoy, la primera lectura y el Evangelio nos hablan de hospitalidad, servicio y escucha (cf. Gn 18,1-10; Lc 10,38-42).

En el primer caso, Dios visita a Abraham en la persona de «tres hombres» que llegan a su tienda «en el calor del día» (cf. Gn 18,1-2). Podemos imaginar la escena: el sol abrasador, la calma constante del desierto, el calor intenso y los tres forasteros buscando refugio. Abraham, sentado «a la entrada de la tienda», ocupa la posición de dueño de casa, y es muy hermoso ver cómo ejerce su papel: reconociendo la presencia de Dios en sus visitantes, se levanta, corre a su encuentro, se postra en tierra y les ruega que se detengan. Así, toda la escena cobra vida. La quietud de la tarde se llena de gestos de amor que involucran no solo al Patriarca, sino también a Sara, su esposa, y a los sirvientes. Abraham ya no está sentado, sino «de pie junto a ellos bajo el árbol» ( Gn 18,8), y allí Dios le da la noticia más hermosa que podía esperar: «Sara, tu mujer, tendrá un hijo» ( Gn 18,10).

La dinámica de este encuentro nos hace reflexionar: Dios elige el camino de la hospitalidad para encontrarse con Sara y Abraham y anunciarles la fecundidad que tanto anhelaban, pero que ya no esperaban. Tras muchos momentos de gracia en los que ya los había visitado, regresa a llamar a su puerta, pidiendo aceptación y confianza. Y los dos ancianos esposos responden positivamente, sin saber aún qué sucederá. Reconocen en estos misteriosos visitantes su bendición, su misma presencia. Le ofrecen lo que tienen: alimento, compañía, servicio, la sombra de un árbol. De Él reciben la promesa de una nueva vida y descendencia…

Incluso en circunstancias diferentes, el Evangelio nos habla del mismo modo de actuar de Dios. De hecho, también aquí, Jesús se presenta como huésped en casa de Marta y María. No es un extraño: está en casa de amigos, y el ambiente es festivo. Una de las hermanas lo recibe con gran atención, mientras que la otra lo escucha, sentada a sus pies, con la actitud típica de un discípulo hacia su maestro. Como sabemos, a las quejas de la primera, que deseaba ayuda con asuntos prácticos, Jesús responde invitándola a apreciar el valor de la escucha (cf. Lc 10,41-42).

Sin embargo, sería erróneo considerar estas dos actitudes como opuestas, ni comparar sus méritos. El servicio y la escucha, de hecho, son dos dimensiones gemelas de la hospitalidad.

En primer lugar, en nuestra relación con Dios. Si bien es importante vivir nuestra fe mediante acciones concretas y la fidelidad a nuestros deberes, según el estado y la vocación de cada persona, también es esencial que lo hagamos comenzando por la meditación de la Palabra de Dios y la atención a lo que el Espíritu Santo suscita en nuestros corazones. Para ello, debemos reservar momentos de silencio, momentos de oración, momentos en los que, acallando el ruido y las distracciones, nos reunimos ante Él y nos unimos. Esta es una dimensión de la vida cristiana que necesitamos recuperar especialmente hoy, tanto como valor personal y comunitario como signo profético para nuestro tiempo: hacer espacio para el silencio, para escuchar al Padre que habla y «ve en lo secreto» ( Mt 6,6). Por eso, los días de verano pueden ser un momento providencial para experimentar la belleza y la importancia de la intimidad con Dios, y cómo también puede ayudarnos a ser más abiertos y acogedores unos con otros.

Estos son días en los que tenemos más tiempo libre, tanto para reunirnos y meditar como para encontrarnos, movernos e intercambiar visitas. Aprovechémoslo para saborear, tras el torbellino de compromisos y preocupaciones, unos momentos de quietud y reflexión, así como para compartir, viajando, la alegría de encontrarnos —como me ocurre a mí, aquí hoy—. Aprovechémoslo como una oportunidad para cuidarnos, intercambiar experiencias e ideas, ofrecernos comprensión y consejo: esto nos hace sentir queridos, y todos lo necesitamos. Hagámoslo con valentía. Así, a través de la solidaridad, compartiendo la fe y la vida, promoveremos una cultura de paz, ayudando también a quienes nos rodean a superar las fracturas y la hostilidad y a construir la comunión: entre las personas, entre los pueblos, entre las religiones.

El Papa Francisco afirmó que «si queremos saborear la vida con alegría, debemos combinar estas dos actitudes: por un lado, permanecer a los pies de Jesús, para escucharlo mientras nos revela el secreto de todas las cosas; por otro, estar atentos y dispuestos a ofrecer hospitalidad cuando pase y llame a nuestra puerta, con el rostro de un amigo que necesita un momento de consuelo y fraternidad» ( Ángelus , 21 de julio de 2019). Pronunció estas palabras, entre otras, apenas unos meses antes de que estallara la pandemia: y cuánto nos enseñó al respecto aquella larga y difícil experiencia, que aún recordamos.

Por supuesto, todo esto requiere esfuerzo. Tanto el servicio como la escucha no siempre son fáciles: exigen compromiso, capacidad de sacrificio. Requiere esfuerzo, por ejemplo, escuchar y servir, la fidelidad y el amor con que un padre y una madre crían a su familia, así como el compromiso con que sus hijos, en casa y en la escuela, responden a sus esfuerzos; requiere esfuerzo comprendernos cuando tenemos opiniones diferentes, perdonarnos cuando nos equivocamos, ayudarnos cuando estamos enfermos, apoyarnos cuando estamos tristes. Pero solo así, con estos esfuerzos, se construye algo bueno en la vida; solo así nacen y crecen relaciones auténticas y sólidas entre las personas, y desde abajo, desde la vida cotidiana, el Reino de Dios crece, se extiende y se experimenta como presente (cf. Lc 7,18-22).

San Agustín, en uno de sus discursos, reflexionando sobre el episodio de Marta y María, comentó: «En estas dos mujeres se simbolizan dos vidas: la presente y la futura; una vivida en el trabajo y la otra en el descanso; una trabajada, la otra bendecida; una temporal, la otra eterna» ( Sermo 104 , 4). Y pensando en el trabajo de Marta, Agustín dijo: «¿Quién está exento de este servicio de cuidar a los demás? ¿Quién puede recuperar el aliento de estos deberes? Procuremos llevarlos a cabo con irreprochable y caridad […]. El trabajo pasará y el descanso vendrá; pero el descanso solo se alcanzará mediante el trabajo. La nave pasará y llegará a su patria; pero la patria no se alcanzará sino por medio de la nave» (ibid., 6-7).

Abraham, Marta y María nos recuerdan precisamente esto hoy: que escuchar y servir son dos actitudes complementarias con las que nos abrimos, en la vida, a la bendita presencia del Señor. Su ejemplo nos invita a conciliar, en nuestra vida diaria, la contemplación y la acción, el descanso y el trabajo, el silencio y la laboriosidad, con la sabiduría y el equilibrio, teniendo siempre como referencia la caridad de Jesús, su Palabra como luz y su gracia como fuente de fortaleza, que nos sostiene más allá de nuestras propias capacidades (cf. Flp 4,13).

S.S.León XIV
Homilía Santa Misa, 20 de julio de 2025
Fuente: vatican.va

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