María, modelo de humildad
… Ser humilde a imagen de la Virgen María, es caer en la cuenta de que no somos nada sin la gracia de Dios, y al mismo tiempo, todo lo podemos con la gracia de Cristo.
La figura de María nos da muchas claves para examinar y autentificar la vivencia de la virtud de la humildad en nuestra vida:
1º. Evaluamos la humildad examinando nuestra prontitud para acoger las orientaciones y el consejo: El humilde está abierto al consejo, a las sugerencias, a las exhortaciones, a las correcciones… Su actitud es bien distinta a la del supuesto ideal de hombre “maduro” y “autónomo”, que parece reivindicar: “Yo ya sé lo que me conviene, y no necesito que nadie me aconseje”.
No debemos suponer fácilmente que nosotros estamos lejos de esta tentación, porque al mismo tiempo que nos quejamos de la rebeldía de los hijos, también a los adultos nos sucede con frecuencia, que rechazamos multitud de consejos y enseñanzas que nuestro Padre Dios nos va ofreciendo de muy diversas maneras, a lo largo del camino de nuestra vida…
2º. En segundo lugar, podemos evaluar nuestra humildad examinando nuestra prontitud para el servicio al prójimo; y para el abajamiento, cuando la caridad lo requiera. Tenemos que admirar a Jesús y a María, que –si se me permite la expresión- entraron en la historia “por la puerta de servicio”… Baste recordar aquellas palabras del Evangelio: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a entregar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45), o aquella imagen de la Virgen María en estado de buena esperanza, que corre presurosa a servir a su prima Isabel, ya mayor y necesitada de cuidados en su sexto mes de embarazo.
Alguien dijo que la humildad es el Amor que está dispuesto a servir abajándose. Con frecuencia nosotros solemos pensar que la felicidad consiste en el simple disfrute, olvidando que la vida no merece la pena ser vivida si no es al servicio de un ideal. Algo de esto parece decirnos Jesús en el Evangelio cuando afirma: “Quien intente ganar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mi la encontrará” (Mt 10, 39).