10º Domingo de Tiempo Ordinario – Ciclo B – Reflexión

 
Palabra de Dios
 
El Evangelio de este domingo, recoge un episodio que, a primera vista, puede desconcertar. Por una parte, se nota el afecto de María y de los parientes hacia Jesús, los cuales le quieren, le siguen, viven en ansias por El, a veces incluso quedan perplejos ante sus discursos y su conducta; por otra parte, se ve la adhesión de las turbas a Jesús, anhelantes de escuchar con atención su palabra. Y Jesús, cuando le anuncian que su Madre y sus parientes desean verle, echando una mirada sobre la muchedumbre, dice: «¿Quién es mi madre y mis hermanos? Quien hiciere la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3, 31-35).
 
Jesús con palabra serena parece apartarse de los afectos humanos y terrenos, para afirmar un tipo de parentesco espiritual y sobrenatural que deriva del cumplimiento de la voluntad de Dios. Ciertamente, Jesús con esa frase no quería eliminar el propio amor a su Madre y a sus parientes, ni mucho menos negar el valor de los afectos familiares. Más aún, precisamente el mensaje cristiano subraya continuamente la grandeza y la necesidad de los vínculos familiares. Jesús quería, en cierto modo, anticipar o explicar la doctrina fundamental de la vid y los sarmientos, esto es, de la misma vida divina que pasa entre Cristo Redentor y el hombre redimido por su «gracia». Al cumplir la voluntad de Dios, somos elevados a la dignidad suprema de la intimidad con El.
 
Se trata de descubrir cuál es en efecto la voluntad del Altísimo…
 
 
 En general, se puede decir que ante todo hacer la voluntad de Dios significa acoger el mensaje de luz y de salvación anunciado por Cristo, Redentor del hombre. Efectivamente, si Dios ha querido entrar en nuestra historia, asumiendo la naturaleza humana, es signo cierto de que desea y quiere ser conocido, amado y seguido en su presencia histórica y concreta. Y, puesto que Dios es «Verdad» por esencia, al revelarse en la historia siempre mudable y contrastante, debía necesariamente, por la lógica intrínseca de la verdad, garantizar la Revelación y la consiguiente Redención mediante la Iglesia, compuesta de hombres, pero asistida por El mismo de modo particular, a fin de que la verdad revelada se mantuviese íntegra y segura en las vicisitudes de los tiempos.
 
Juntamente con la fe en Cristo, es también voluntad de Dios la vida de «gracia», es decir, la práctica de la «ley moral», expresión precisamente de la voluntad divina en relación con el ser racional y volitivo, creado a su imagen. Por desgracia, existe hoy la tendencia a eliminar el sentido de la culpa y de la realidad del pecado. En cambio, nosotros sabemos que la «ley moral» existe y que la preocupación fundamental del hombre debe ser la de amar sinceramente a Dios, cumpliendo su voluntad, que constituye además, realmente, la auténtica felicidad. Por, esto, la voluntad de Dios es vivir en «gracia», lejos del pecado, y retornar a la «gracia» mediante el arrepentimiento y la confesión sacramental, si se hubiera perdido.
San Juan Pablo II
Homilía ( extracto)
21 de noviembre de 1982
Fuente: vatican.va
Publicado en Lectio Divina.

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