tormenta

12º Domingo Tiempo Ordinario B

 

tormenta 

¿Por qué tenéis miedo?

La liturgia aprovecha hoy el episodio de la tempestad calmada, leído en el Evangelio, para organizar una reflexión acerca del dominio de Dios sobre todo lo creado, dominio que se manifestó a través de su soberanía sobre el mar. De ahí la elección de la primera lectura; al evocar el momento de la creación del mar, Job canta el imperio de Dios sobre las aguas. El Salmo Responsorial también parece aludir a un episodio de tempestad calmada. 
 
Sin embargo, la comunidad cristiana primitiva que leía el relato de Marcos, no se detenía en esta lección, por decirlo así, de teología natural; ella leía allí un gran anuncio cristológico. Todo el anuncio aparece en la interrogación final: ¿Quién es éste, qué hasta el viento y el mar le obedecen? La respuesta debía aflorar espontáneamente a los labios de todos: nadie sino ¡Dios en persona! Es entonces una invitación a la fe en Cristo como Hijo de Dios, que Marcos dirige a la comunidad. Antes que él, es el mismo Jesús quien hace a los presentes esa invitación, explicando el sentido de su milagro con una referencia explícita a la fe: ¿Cómo no tienen fe?  

 
Al celebrar la Eucaristía, los miembros de la comunidad son llamados, con simplicidad y potencia, a profundizar quién es el que se hace presente entre ellos. (En el arte paleocristiano, la Eucaristía a menudo es representada con el símbolo de un pequeño cesto con panes que flota sobre las olas, encima de una barca). Son llamados sobre todo a la confianza. Qué saludables y alentadoras debían resultar para los primeros cristianos, que ya habían conocido la persecución, aquellas palabras dirigidas por Jesús al mar tempestuoso: ¡Silencio! ¡Cállate! , como también aquel sobrevino una gran calma. Cuando el Señor lo quisiera, en el punto culminante del peligro y de la angustia, ante un gesto suyo la persecución terminaría. Pero aunque no terminara, los discípulos no podían dejar de tener confianza en él, porque ni siquiera la muerte detenía su poder: ¡él había vencido al mar, pero, al resucitar, había vencido también a la muerte! 
 
Este mensaje de confianza no ha perdido nada de su fuerza consoladora y resuena también en la Iglesia de hoy como una invitación a la esperanza. La Iglesia está golpeada por el viento de la contradicción y de la prueba; las olas del mar van más allá de las orillas y entran en la barca (hay discusiones y disputas incluso dentro de la Iglesia), haciendo estremecer a más de uno ante la idea del naufragio inminente. Pero el Maestro también nos dice a nosotros: ¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe? El está dentro de la misma barca; lleva a la barca de la Iglesia así y es llevado por ella. Y él no puede perecer. 
 
Cuando escucho a hombres considerados cultos dar por descontado el fin próximo de la Iglesia y la desaparición de la fe, a menudo tengo deseos de sonreír: hace milenios que esta profecía es repetida y puesta al día en forma sistemática. El mérito no es nuestro -de los hombres que formamos la Iglesia- ; con lo poco hábiles que somos. Habríamos hecho dar vuelta la barca. Este es precisamente el signo de que hay algún otro al timón. 
 
Sin embargo, tal vez no es a “los de afuera” a quienes se dirige de manera especial el reproche de Jesús “¡Hombres de poca fe!”, sino a quienes están en la barca, a nosotros creyentes y hasta a algunos pastores que se muestran perennemente pesimistas y temerosos acerca del porvenir de la Iglesia, como si la Iglesia fuera un barquito de papel que puede hundirse ante cualquier soplo de viento, o como si fuera una enferma siempre afiebrada o convaleciente. Una Iglesia que mira más las olas que la rodean que al Señor frente a ella. 
 
Más a menudo que en la Iglesia, la tempestad está en nuestro corazón. (El de Tiberíades era un mar pequeño, apenas un lago, sin embargo, ¡allí se desató una gran tempestad!). Tentaciones, desaliento, rebelión: todo parece caernos encima. ¡Sálvame, Dios mío porque el agua me llega a la garganta! , nos dan ganas de gritar con el salmista (Sal. 69, 2). Es el momento de despertar aquella fe que hoy la liturgia nos ha inculcado; el momento de despertar a Jesús que duerme en nuestra misma barca, y de gritarle “Señor, ¿no te importa que yo esté por hundirme?” Es el momento de encontrar el diálogo con él en la plegaria, de buscarlo a toda costa. Él espera hoy también ese grito para levantarse y dar a su Iglesia y a nosotros esa gran bonanza que no significa necesariamente el fin de todas las dificultades y de todas las contrariedades, sino más bien la paz y la certeza aun en medio de las contrariedades (…). 
 
Raniero Cantalamessa,
La Palabra y la Vida-Ciclo B, Ed. Claretiana,
Bs. As., 1994, pp. 196-200

 Fuente: /www.mercaba.org

Publicado en Lectio Divina.

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