El perdón de Dios
El tiempo cuaresmal, como hemos escuchado muchas veces, es tiempo de gracia y de salvación. Dios, que es compasivo y misericordioso, sale a nuestro encuentro en cada instante de la vida para mostrarnos su amor infinito, para acogernos como hijos queridos, para darnos el abrazo de la reconciliación y para invitarnos a volver a la casa paterna, de la que nos alejamos a causa de nuestros pecados e infidelidades.
Arrepentidos de sus pecados, después del proceso de conversión cuaresmal, muchos cristianos aprovechaban otros años este tiempo para confesar sus pecados y recibir el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación por el ministerio de la Iglesia. De este modo, tenían la dicha de experimentar en lo más profundo del corazón la alegría del perdón, la paz del corazón y el abrazo del Padre bueno…
Este año, aunque los sacerdotes están siempre disponibles para atendernos y para acogernos, todos hemos de tener muy presentes las normas dictadas por las autoridades civiles y por los responsables de la sanidad que nos obligan a permanecer en nuestros hogares para hacer posible que el virus no se propague a otras personas.
El papa Francisco, citando el Catecismo de la Iglesia Católica, nos indicaba en la homilía del domingo pasado que, si no podemos confesar sacramentalmente, hablemos personalmente con Dios en la oración, pidámosle perdón de nuestros pecados, hagamos un acto de perfecta contrición y Él, que ve en lo secreto de nuestro corazón, nos perdonará nuestras ingratitudes y pecados.
De este modo, le pedimos al Señor que nos perdone ahora, con la promesa de celebrar el sacramento de la penitencia cuando tengamos oportunidad y posibilidad de hacerlo en el futuro. Así podremos experimentar la gracia, la misericordia y la compasión de Dios, nuestro Padre, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Para tiempos extraordinarios, como los que nos toca vivir, la Iglesia, que ante todo es Madre, tiene soluciones extraordinarias. Por eso, en esta situación de emergencia, cada uno puede acercarse a Dios con toda confianza para acoger su perdón y para experimentar su gran misericordia, aunque no pueda acercarse al templo para recibir el perdón de Dios en el sacramento de la penitencia por el ministerio del sacerdote.
Con mi sincero afecto, os encomiendo al Señor a todos los diocesanos e invoco sobre cada uno la protección maternal de la Santísima Virgen, salud de los enfermos y refugio de los pecadores. Que Ella nos proteja siempre y nos enseñe a compartir el dolor y el sufrimiento de tantos hermanos que pasan por la prueba de la enfermedad.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara