Ir a Misa
No cabe duda de que en nuestro lenguaje coloquial – amplio, rico y variado – son muchas las expresiones que tienen como objeto la Misa. Es una prueba evidente de la fe acendrada de nuestro pueblo en el misterio por excelencia, el misterio de la Eucaristía. Y así la gente de nuestros pueblos y ciudades habla de “ir a Misa”, “oír Misa”, “decir Misa”. Como se puede ver, se trata de expresiones empleadas a lo largo de siglos, pero que se quedan cortas a la hora de precisar la relación que los fieles hemos de tener para con el milagro maravilloso que se desarrolla sobre el altar, en el momento en el que el sacerdote dice. “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo; tomad y bebed, esta es mi Sangre”.
Lo que se espera de cada uno de nosotros es una verdadera participación. No basta con “ir a Misa, estar en Misa u oír Misa”: estamos invitados a tomar parte en ella. Una participación consciente, en la que actúa toda nuestra persona, el alma con sus facultades, y también el cuerpo. Y así, vivimos la puntualidad, saludamos al sacerdote puestos en pie, escuchamos dignamente sentados, adoramos de rodillas, contestamos adecuadamente, hacemos la señal de la cruz, pedimos perdón, vivimos la paz y recibimos al Señor en la comunión, que es ciertamente el modo más importante de participar en la Eucaristía. .
La Iglesia nos pide que participemos en la Misa todos los domingos y fiestas de precepto. A veces se oye decir: “prefiero ir a Misa un día cualquiera ya que los domingos las iglesias se masifican, la ceremonias se alargan, hay mucho ruido”. En tanto que la Misa de un martes por ejemplo es recatada, discreta, más apropiada para la reflexión y el recogimiento”.
¿Por qué la Iglesia manda que la participación en la Misa tenga lugar precisamente el domingo? Tal como nos dice la Sagrada Escritura, Dios, desde el momento de la creación, estableció que le fuera dedicado un día, un día de culto y de descanso. Este es el origen, por ejemplo, del sabath judío. A raíz de la Resurrección del Señor, que tuvo lugar el día primero de la semana, los primeros seguidores de Jesús trasladaron a ese día el descanso y la celebración de la Eucaristía, dado que a ese día lo consideraron el “dies Domini”, el día del Señor. De esas dos palabras latinas ha derivado la palabra domingo en nuestro castellano. Los primeros discípulos, al igual que los apóstoles, se reunían el domingo, para recordar la Resurrección del Señor, estudiar las Escrituras y partir el pan de la Eucaristía, y lo hacían precisamente ese día, no un día cualquiera de la semana.
Quiero recordar dos consideraciones que sobre la Misa nos brinda el Catecismo de la Iglesia Católica. Nos ayudarán a penetrar un poco mejor en el gran “misterio de la fe” y, sobretodo, a amarlo de todo corazón.
La primera hace referencia al momento culminante de la celebración de la Misa y dice lo siguiente: “Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y sustancial, con su Cuerpo y su Sangre, su alma y su divinidad”. ¡Con qué devoción y cariño ha vivido siempre nuestro pueblo cristiano el momento culminante de la consagración! Las palabras del sacerdote – que actúa en nombre y persona de Cristo – hacen de la Eucaristía el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, como llamó a la Eucaristía el Concilio Vaticano II. La otra consideración nos puede ayudar a entender porqué es esencial participar en la Misa entera, siempre que no haya un obstáculo de fuerza mayor. “La celebración eucarística comprende siempre:
– la proclamación de la Palabra de Dios,
– la acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo,
– la consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del Cuerpo y de la Sangre:
Estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto”.
Tan importante es la celebración de la Eucaristía que todos los demás sacramentos tienden a ella y se unen estrechamente en ella. Tratemos de vivir la máxima veneración a la Eucaristía tomando parte activa en la celebración de este Sacrificio, dándole culto con la máxima adoración y recibiendo este sacramento frecuentemente y con la mayor devoción. La Misa es, en suma, la manifestación más viva del amor de Dios a los hombres, a quienes “habiendo amado, los amó hasta el extremo”. Ese extremo es la Misa. No dejemos de participar en ella, si es posible, hasta diariamente.
26 de octubre de 2008
+ Juan José Omella Omella
Obispo de Calahorra y La Calzada-Logroño