El tiempo de verano es propicio para descansar. Pero, además de descansar, también necesitamos orar más y reflexionar sobre temas de nuestra vida. Y no será por falta de ellos. Aunque la pandemia ha supuesto un cierto parón en el ritmo de vida, hay que reconocer que la rapidez con que pasan los acontecimientos nos impide activar la mente para discernir los signos de los tiempos y cuál debe ser la actitud cristiana frente a los problemas de la sociedad.
Decimos que temas no faltan. Recientemente se ha aprobado la ley de la eutanasia; en breve se llevará al Congreso la ley llamada «trans», de consecuencias imprevisibles; y los rebrotes del Covid19 nos alertan sobre una nueva ola de contagios. ¿Nos afectan estos temas? Recuerdo que, cuando se hizo balance de la pandemia en su primera y segunda ola, muchos afirmaban con optimismo que nos había hecho más conscientes de nuestra fragilidad. ¿Es esto cierto? ¿No hemos olvidado rápidamente el sufrimiento de tantos profesionales de la salud, enfermos, familias que han perdido un ser querido?
Decía Kierkegaard que el hombre es un ser contradictorio porque reclama derechos como la libertad de expresión y no practica la libertad de pensamiento. La fe cristiana, además de proporcionar un «código» de conducta moral —lo que llamamos vida en Cristo o ley evangélica— nos permite juzgar los problemas del hombre a la luz de la dignidad de la persona creada a imagen y semejanza de Dios. El «hombre nuevo» se nos ha manifestado en Cristo y es precisamente su imagen la que debemos «reproducir» en nosotros de forma que hagamos patente su absoluta novedad…
En este tiempo de verano podemos aprovechar para leer, por ejemplo, la encíclica de san Juan Pablo II, Evangelium vitae, sobre aspectos de la vida humana que están en juego cuando se acepta la eutanasia o la ley «tans», que deja nada menos que la configuración de la condición sexuada de la persona al arbitrio de la voluntad de adolescentes en un momento determinado de su proceso evolutivo. Podemos leer también la Carta de la Congregación para la doctrina de la Fe «Samaritanus bonus» o el documento de los obispos españoles «Sembradores de esperanza», ambos sobre la protección de la vida en su etapa final. La banalidad con que se tratan estos aspectos esenciales de la persona desde una visión materialista, sin apertura a la trascendencia, indica el grado de decadencia espiritual y humana a la que hemos llegado en esta civilización que presume de avanzada. En realidad, el lenguaje ha dejado de tener consistencia y términos que agradan al oído llegan a significar lo contrario de lo que enuncian. La sociedad lleva tiempo sin reaccionar ante atropellos a los valores del espíritu y a la condición de la persona humana creada a imagen y semejanza de su Creador. No en vano los Papas Benedicto XVI y Francisco han definido la ideología de género como una ofensa contra el Creador y la creación. Y el Papa Francisco considera que se pretende «colonizar» la inteligencia cuando, con imperativos legales, se quiere adoctrinar a las jóvenes generaciones con las tendencias ideológicas que se fabrican en los laboratorios de la cultura imperante.
Verano, ¿tiempo de pensar? ¿por qué no? Tiempo de descansar, por supuesto; tiempo de orar más de lo habitual; tiempo de hacer una parada en la vida para preguntarnos si realmente vivimos dejándonos llevar por la corriente sin la menor autocrítica o si realmente nos interesa la inteligencia, la razón y la verdad última de las cosas. Porque se trata de eso: de llegar a la verdad que da sentido a nuestra existencia. A no ser que pensemos que estamos en el mundo por puro azar.
+ César Franco (Obispo de Segovia)
Fuente: www.agenciasic.es/