Esperanza ante la crisis
Las cosas tienen un precio y se pueden vender, pero las personas tienen una dignidad, valen más que las cosas y no tienen precio. Muchas veces nos encontramos ante situaciones donde vemos que lo que menos cuesta es la vida. Por esto la atención a la vida humana en su totalidad se ha convertido en los últimos tiempos en una verdadera prioridad del Magisterio de la Iglesia, particularmente a aquella mayormente indefensa, es decir los que tienen discapacidad, los enfermos, el nascituro, el niño, el anciano, que es la vida más indefensa.
En el ser humano frágil cada uno de nosotros está invitado a reconocer el rostro del Señor, que en su carne humana ha experimentado la indiferencia y la soledad a la que con frecuencia condenamos a los más pobres, ya sea en países en vías de desarrollo, ya sea en las sociedades más pudientes.
Todo niño no nacido, pero condenado injustamente a ser abortado, tiene el rostro de Jesucristo, tiene el rostro del Señor, que antes incluso de nacer y luego apenas nacido ha experimentado el rechazo del mundo. Y todo anciano y –¡he hablado del niño: pasemos a los ancianos, otro punto!– Y todo anciano incluso si está enfermo o al final de sus días, porta en sí el rostro de Cristo. ¡No se pueden descartar, como nos propone la ‘cultura del descarte’! ¡No se pueden descartar! (…)