Cada año, en el filo de un cambio de actividades, celebramos la Natividad de San Juan Bautista. Juan es el amigo, Cristo es el Esposo. Juan es la voz, Cristo es la Palabra. Juan es la lámpara, Cristo es la luz. Juan es el precursor, Cristo es la Buena Noticia en persona. Juan es el mensajero, Cristo es el Mensaje. Juan anuncia la necesidad de allanar el camino, Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. Juan bautiza con agua, Cristo bautiza con Espíritu Santo y fuego. Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una joven virgen. El futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la Virgen cree el mensaje del nacimiento de Cristo, lo concibe por la fe y su lengua proclama la grandeza del Señor.
Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo. Él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al visitar la Virgen María a su pariente Isabel, Juan salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea.
San Lucas nos dice sobre Juan Bautista: “vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados” (Lc 3,2-3). El testimonio de san Mateo precisa: “Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre” (Mt 3,4). Su figura manifestaba una constancia imperturbable:
“acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán” (Mt 3,5). Se le acercaban atraídos por su fuerte y atractiva personalidad. La austeridad de su vida aumentaba inmensamente el peso de sus palabras. Su exhortación se concentraba en este mensaje: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 3,2).
Todos los cristianos participamos de los rasgos del Precursor. Su estilo de vida nos interpela. Su pobreza y su austeridad no nos dejan indiferentes. Sus palabras, directas y certeras, encuentran eco en nuestro interior porque calan hasta lo profundo de nuestro ser. Y, como San Juan, tenemos una gran misión que desarrollar: favorecer el encuentro con el Señor, propiciar que todas las personas se encuentren con el Salvador, ser testigos de un acontecimiento que cambia la vida…
Y nuestra voz grita en el desierto de aldeas y ciudades, en el desierto del vacío interior de nuestros contemporáneos, la necesidad de preparar el camino del Señor. Nuestra voz grita, con el testimonio de nuestra vida, el anuncio apremiante que indica la necesidad de allanar senderos, de rellenar valles de depresión, de rebajar montes de orgullo y colinas de presunción, de enderezar intenciones torcidas, de convertir en camino llano lo escabroso.
En el hemisferio norte, a partir de de la Natividad de San Juan Bautista, los días van decreciendo y se alargan las noches. Juntamente lo contrario de lo que sucede después de la Natividad del Señor, cuando la luz aumenta progresivamente y disminuyen las tinieblas. Es fiel reflejo de las palabras del Precursor: “Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar” (Jn 3,30). Fiel reflejo de nuestra vocación