En este cuarto domingo de Cuaresma, llamado domingo “laetare”, es decir, “alegraos”, porque así es la antífona de entrada de la liturgia eucarística que nos invita a la alegría: «Alégrate, Jerusalén […] – así, es una llamada a la alegría – Exultad y alegraos, vosotros que estabais en la tristeza». Así empieza la misa. ¿Cuál es el motivo de este alegría? El motivo es el gran amor de Dios hacia la humanidad, como nos indica el Evangelio de hoy: «Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3,16). Estas palabras, pronunciadas por Jesús durante el diálogo con Nicodemo, sintetizan un tema que está en el centro del anuncio cristiano: también cuando la situación parece desesperada, Dios interviene, ofreciendo al hombre la salvación y la alegría. Dios, de hecho, no se hace a un lado, sino que entra en la historia de la humanidad, se “entromete” en nuestra vida, entra, para animarla con su gracia y salvarla…
Estamos llamados a escuchar este anuncio, rechazando la tentación de considerarnos seguros de nosotros mismos, de querer prescindir de Dios, reclamando una absoluta libertad de Él y de su Palabra. Cuando encontramos la valentía de reconocernos por lo que somos – ¡es necesaria valentía para esto!-, nos damos cuenta que somos personas llamadas a lidiar con nuestra fragilidad y nuestros límites. Entonces puede suceder que nos dejamos llevar por la angustia, la inquietud por el mañana, el miedo de la enfermedad y la muerte. Esto explica por qué tantas personas, buscando una salida, terminan a veces en peligrosos atajos como por ejemplo el túnel de la droga o el de las supersticiones o de ruinosos rituales de magia. Está bien conocer los propios límites, las propias fragilidades, debemos conocerlas, pero no para desesperarnos, sino para ofrecerlas al Señor; y Él nos ayuda en el camino de la sanación, nos toma de la mano, y nunca nos deja solos, ¡nunca! Dios está con nosotros y por eso me «alegro», nos «alegramos» hoy: «Alégrate, Jerusalén», dice, porque Dios está con nosotros.
Y nosotros tenemos la verdadera y gran esperanza en Dios Padre rico de misericordia, que nos ha donado a su Hijo para salvarnos, y esta es nuestra alegría. También tenemos muchas tristezas, pero, cuando somos verdaderos cristianos, está esa esperanza que es una pequeña alegría que crece y te da seguridad. Nosotros no debemos desanimarnos cuando vemos nuestros límites, nuestros pecados, nuestras debilidades: Dios está ahí cerca, Jesús está en la cruz para salvarnos. Esto es el amor de Dios. Mirar al Crucificado y decirnos dentro: «Dios me ama». Es verdad, están estos límites, estas debilidades, estos pecados, pero Él es más grande que los límites y las debilidades y los pecados. No os olvidéis de esto: Dios es más grande que nuestras debilidades, nuestras infidelidades, nuestros pecados. Y damos al Señor la mano, miramos el Crucifijo y vamos adelante.
Que María, Madre de Misericordia, nos ponga en el corazón la certeza de que somos amados por Dios. Que esté cerca de nosotros en los momentos en los que nos sentimos solos, cuando tenemos la tentación de rendirnos ante las dificultades de la vida. Que nos comunique los sentimientos de su Hijo Jesús, para que nuestro camino cuaresmal se conviertan en experiencia de perdón, de acogida y de caridad.
Papa Francisco,
Ángelus, 11 de marzo de 2018
Fuente: vtican.va