Migraciones: peregrinación de fe y esperanza
CONTIGO TAMBIÉN
El fenómeno de las migraciones impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional…
..Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación.
Encíclica Caritas in veritate (nº62)
MIGRACIONES: PEREGRINACIÓN DE FE Y ESPERANZA. CONTIGO TAMBIÉN, es el lema del Mensaje de Benedicto XVI para la próxima Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. Siguiendo este surco abierto por el Santo Padre, los obispos de la Comisión episcopal de Migraciones ofrecemos nuestra palabra de aliento y de esperanza a los inmigrantes, a los miembros de nuestras comunidades cristianas y cuantos quieran hacerse eco de la misma.
Ya en su Encíclica Caritas in veritate se refería el Papa a los millones de hombres y mujeres que viven la experiencia de la migración como “un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a la comunidades nacionales y a la comunidad internacional (n.62).
A estos hermanos quiere acercarse nuestra Iglesia, que mediante el anuncio, la celebración y la actuación en la caridad tiende a promover el desarrollo integral del hombre (cf. Ib.11). Lo hacemos a los 60 años de la promulgación de la Constitución Exul familia (La familia emigrante), comprometidos en la celebración del “Año de la fe“, acogiendo con todo empeño el desafío de la nueva evangelización. “La Iglesia avanza juntamente con toda la humanidad” (G.S.40), haciendo suyos los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los hombres, especialmente de los pobres y de cuantos sufren (cf.Ib. 1).
La vida como viaje
Ante el amplio movimiento de gentes en camino, considerado por algunos como el nuevo «credo» del hombre contemporáneo, la fe nos recuerda que todos somos peregrinos de los nuevos cielos y la nueva tierra en los que habite la justicia (2Petr.3,13). Con esta humanidad hace camino la Iglesia compartiendo su fe, su esperanza y su amor. En un mundo, convertido en “aldea global”, en que llevamos a gala considerarnos “ciudadanos del mundo” y en el que encuentran todas las facilidades de circulación, los mercados y el dinero, parece que sólo hubiera fronteras para los emigrantes.
La Iglesia reconoce el derecho de los Estados a regular los flujos migratorios y a adoptar medidas políticas dictadas por el bien común, garantizando el respeto de la dignidad de toda persona. Pero afirmado asimismo el derecho fundamental de las personas a emigrar (GS.5). Hay que seguir abogando por la implicación de la comunidad internacional en el desarrollo de los pueblos más pobres, a fin de que en sus habitantes pueda hacerse real también el derecho a no emigrar proclamado tanto por el Beato Juan Pablo II como por Bendicto XVI.
Las migraciones son en su mayoría, como dice el Papa, “el resultado de la precariedad económica, de la falta de bienes básicos, de desastre naturales, de guerras y desordenes sociales”. El hambre no conoce fronteras.
“Peregrinaciones de fe y esperanza” ¡cuántas veces frustradas! El emigrante con frecuencia sólo encuentra las vallas por delante, el desierto a sus espaldas o la arriesgada travesía con el mar bajo sus pies. No deja de dolernos por repetida la tragedia de tantos emigrantes que han dejado y siguen dejando su vida en el mar.
A la vez que denunciamos el abuso de las mafias que explotan y trafican con las necesidades de los emigrantes, abogamos por medidas generosas a la hora de regular los flujos migratorios; medidas que no se reduzcan, como pide el Papa, “al cierre hermético de fronteras o al endurecimiento de las sanciones contra los irregulares..”. Los dramas del Estrecho reclaman más medidas orgánicas y multilaterales eficaces.
El escenario de las migraciones en España
La homogeneidad étnica y cultural, dominante en España hasta hace poco, ha dado paso a la diversidad. Esta diversidad puede y debe de ser contemplada como una riqueza, como un signo positivo del camino de los pueblos hacia la fraternidad universal querida por Dios.
En España vivían en el año 2012, 5,7 millones de extranjeros, un 12% de la población. Si se incluyen en el cálculo los residentes nacionalizados, la cifra se eleva a 6,7 millones, un 14%. La tasa de paro de los inmigrantes es del 35%; entre los autóctonos, del 22%. Estamos, a la vez, en un escenario de grave crisis económica y moral, que está golpeando a numerosas familias, a muchas personas. Los inmigrantes, sin ser causantes de la crisis, son, como decíamos los obipos españoles hace dos años, las primeras víctimas de la misma. (Declaración ante la crisis moral y económica. CEE 27 de Noviembre de 2009)
El paro, que afecta a millones de trabajadores autóctonos, y los recortes sociales en algunas áreas de atención pública pueden resultar desfavorables para la integración de los extranjeros. Aunque hasta ahora no ha habido episodios xenófobos de especial gravedad, no han faltado conatos en algunos de culpar a los inmigrantes de la situación. Aquellos que para nuestro Padre Dios son los primeros destinatarios de su Reino, son los primeros en estorbar en el reinado materialista del bienestar.
Los obispos, al igual que otras instancias eclesiásticas o civiles, hemos levantado nuestra voz ante determinadas medidas que afectaban a algunos inmigrantes y que podian dejar desprotegido su derecho a la salud, que por ser un derecho universal ha de ser accesible a todas las personas. Hemos abogado por medidas alternativas en lo referente a los Centros de Internamiento y mientras tanto, que se facilitara la atención social y religiosa en los mismos. Y, conscientes de la importancia de la familia para la integración, hemos pedido que se favorezca la reagrupación familiar.
La falta de perspectivas laborales ha dado lugar a que el saldo entre entradas y salidas se haya reducido en nueve meses en 120.000 personas La misma causa es la que está haciendo que se reanude la emigración de españoles, sobre todo de jóvenes, hacia otros países de Europa que ya salieron de la crisis.
Aportación especifica de la Iglesia.
La condición de emigrante, como dice el Papa, se ha convertido en un paradigma de la vida cristiana. Manifiesta la humildad, la provisionalidad y la dependencia del ser humano respecto a Dios en el peregrinar de su existencia. Autóctonos y emigrantes juntos, debemos unir nuestras fuerzas para caminar siempre hacia adelante porque “la virtud teologal de la esperanza alimenta las esperanzas humanas de mejorar, de no ceder al desaliento. Quien espera la vida eterna, porque ya goza de ella por adelantado en la fe y los sacramentos, nunca se cansa de volver a empezar en los caminos de la propia historia.” (“Ante la crisis solidaridad”. Declaración de la Comisión Permanente de la CEE. Nº 13; Madrid. 3.10.2012)
Sugerimos algunas pistas de actuación:
1.- En estos tiempos de crisis prolongada donde la solidaridad debe ser reforzada, (“Caritas in veritate, 43), queremos seguir trabajando en la defensa de los derechos de las personas migrantes, en la promoción de una cultura hospitalaria, de la integración y la inclusión, que facilite a las personas su in-corporación con todos sus derechos, de la comunión, superando el simple asistencialismo, y allí donde sea posible o necesario, denunciar y trabajar por evitar las causas de los desplazamientos forzados.
2.- Asombra, a pesar de la escasez de medios y recursos, la multitud de iniciativas eclesiales, algunas admirables, que se realizan en nuestra Iglesia en favor de los inmigrantes. Sigamos con la formación y promoviendo el trabajo en redes que permiten compartir lo que se hace, enriquecernos mutuamente con las iniciativas de los otros, ser más eficaces. No estaría de más que se recuperara la colecta que antes se hacia con motivo de la Jornada, para potenciar la atención y la accion pastoral en favor de los inmigrantes.
3.- Vemos que son muchas las dificultades que afectan a los inmigrantes: el desvalimiento, el desarraigo, el desamparo, la explotación, en que con frecuencia se encuentran, el problema de hacer frente a sus deudas sin tener que verse en la calle etc. Todo ello “ofrece a la Iglesia la oportunidad y reclama de ella la obligación de ejercer de Buen samaritano que cure sus heridas, les ayude a levantarse y a recobrar la conciencia de su dignidad, camine con ellos, les proporcione hogar y nueva patria y les preste algo de su propia vida y riqueza”4. Sería un signo de esperanza para las personas afectadas. Con ocasión de esta Jornada renovamos nuestra petición “a las autoridades para que los costes de la crisis no recaigan sobre los inmigrantes, arbitrando más bien las medidas necesarias para que reciban las ayudas sociales oportunas”
4.-Juntamente con la solidaridad, el Santo Padre nos recuerda la respuesta diferenciada que la Iglesia, por la misión confiada por el mismo Cristo, está llamada a prestar: “La especial atención y cuidado de la dimensión religiosa, su tarea más importante y especifica”. Los emigrantes no son sólo destinatarios de la acción social, sino también de la misión evangelizadora de la Diócesis y de sus parroquias e instituciones.
Se dice que la Iglesia evangelizando promociona y promocionando evangeliza. Es verdad. No es bueno separar ambas dimensiones, pero tampoco es bueno confundirlas. En la Iglesia todo o casi todo es pastoral, pero junto a labor social y de promoción que tan admirablemente realizan Caritas, los institutos de vida consagrada o las asociaciones de fieles etc., la Comisión Episcopal de Migraciones invita a cuidar también la dimensión más netamente pastoral, el servicio a la fe, y no sólo los servicios que brotan de la fe.
El respeto al otro no debe hacer que silenciemos nuestras creencias y desde dónde actuamos. Las migraciones han dado lugar a que los destinatarios de la missio ad gentes estén también entre nosotros. “La verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo propuestas con toda claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que cada uno pueda hacer, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa es un homenaje a esta libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y exaltante” (Evangelii Nuntiandi, 80)
Deseamos que los hermanos bautizados en la Iglesia católica, venidos de otros países, puedan encontrar en nuestras parroquias su propia casa, lo que en-contraban en la comunidad cristiana aquellos “extranjeros en la Diáspora”, a los que va dirigida la primera carta de Pedro: En medio de la opresión política, la explotación económica y la exclusión social, encontraban en la comu-nidad cristiana la Palabra de esperanza, su familia, el lugar de convivencia en dignidad, sin tener que renunciar a lo más genuino de su cultura. Más aún, que encuentren la posibilidad de poner al servicio de los demás sus propios carismas, su manera propia de sentirse comunidad y su compromiso. ”Contigo también,” les decimos. Es una gracia comprobar cómo ya empiezan los inmigrantes (presbíteros, religiosos y laicos) a participar incluso en puestos de especial responsabilidad en nuestras Iglesias.
Conclusión
En este Año de la fe queremos manifestar a todos, inmigrantes y autóctonos, una convicción profunda: Que lo mejor que nuestra Iglesia puede ofrecer a nuestros hermanos los hombres no son ni siquiera sus obras sociales, sino a Nuestro Señor Jesucristo, con Él todo lo demás viene por añadidura.
Terminamos con las palabras de Bendicto XVI: “Queridos hermanos emigrantes, que esta Jornada Mundial os ayude a renovar la confianza y la esperanza en el Señor que está siempre junto a nosotros. No perdáis la oportunidad de encontrarlo y reconocer su rostro en los gestos de bondad que recibís en vuestra peregrinación migratoria. Alegraos porque el Señor está cerca de vosotros y, con Él, podréis superar obstáculos y dificultades”.
Así lo encomendamos a la Bienaventurada Virgen María, signo de segura esperanza y de consolación, «estrella del camino».
Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Migraciones
Jornada Mundial del Emigrante y Refugiado