Oración y Fe


Es necesario alimentar la fe para que no se enfríe
De la Carta Pastoral “Firmes en la Fe”
D. Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara
  


Cuando un cristiano confiesa que es creyente, pero deja de celebrar la fe con los restantes miembros de la comunidad, con el paso del tiempo la fe se convierte en pura ideología y puede llegar a extinguirse”.



Para que la fe pueda concretarse en obras de amor a Dios y a los hermanos, es necesario mimarla y cuidarla. La fe cristiana es una planta débil, que hemos de regar y alimentar constantemente para que no se hiele o llegue a secarse. La oración, la escucha de la Palabra y la participación en los sacramentos son los medios que la Iglesia nos ofrece para vivir el encuentro con Dios, para acrecentar la fe, para celebrarla con los hermanos y para recibir la fuerza de la gracia divina que nos permita profesarla en cada instante de la vida.

Una verdadera pastoral de la fe tiene que cuidar con esmero la vida espiritual de cada uno de los miembros de la comunidad cristiana para que pueda mantenerse en el seguimiento de Jesucristo y dar testimonio de Él con una fe madura y adulta. En ningún momento deberíamos olvidar que los grandes evangelizadores, los verdaderos testigos de la fe, fueron siempre grandes orantes.

Cuando un cristiano confiesa que es creyente, pero deja de celebrar la fe con los restantes miembros de la comunidad, con el paso del tiempo la fe se convierte en pura ideología y puede llegar a extinguirse. Por eso, la Iglesia, teniendo muy presente el encargo del Señor, no cesa de recomendar a todos sus hijos que oren insistentemente para no desfallecer y que celebren la presencia salvadora de Dios en los sacramentos y en la liturgia para experimentar en todo momento su amor, su gracia y su salvación.

El beato Juan Pablo II, consciente de la necesidad de la oración y de la participación litúrgica para la maduración de la fe en todos los bautizados, nos recordaba al comienzo del milenio que nuestras comunidades tienen que ser escuelas de oración, porque ésta es como el aire que todo ser humano necesita para respirar. Decía él: «Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, donde el encuentro con Cristo no se exprese sólo en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha, viveza de afecto hasta el arrebato del corazón» (Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo millennio ineunte, n. 33).

Teniendo en cuenta estas enseñanzas del Papa, podríamos preguntarnos: ¿Cuidamos la oración personal y comunitaria como verdaderos encuentros con Cristo resucitado? ¿Participamos con frecuencia en las celebraciones litúrgicas para alimentar la fe? ¿Estamos verdaderamente convencidos de que la oración es la primera forma de evangelización puesto que Dios es el único que puede salvarnos a nosotros y a los hermanos? ¿Nos preparamos con paz para la celebración de los sacramentos, especialmente para la participación en la Eucaristía, misterio y sacramento de la fe?   
  
El Papa Benedicto XVI, además de recordarnos que la fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística, puesto que se alimenta de modo particular de la mesa de la Eucaristía, afirma también que «la fe, que suscita el anuncio de la Palabra de Dios, se alimenta y crece en el encuentro de gracia con el Señor resucitado que se produce en los sacramentos» (Benedicto XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum caritatis, 6). La recepción del Cuerpo y de la Sangre del Señor, bajo las especies sacramentales del pan y del vino, es ocasión especial para confiarle nuestras preocupaciones, para dejarle crecer en nosotros, para renovar la fe en su presencia dentro de nosotros y para presentarle nuestras miserias y pecados a fin de que Él pueda purificarnos.

En la celebración del “Año de la fe” os invito a los sacerdotes y a los restantes miembros del Pueblo de Dios a participar con gozo en la Eucaristía, a valorar la presencia del Señor entre nosotros con algún acto eucarístico durante la semana y a convertir nuestras comunidades parroquiales en escuelas de oración. Para ello es necesario que todos aprendamos o profundicemos en el arte de la oración.
D. Atilano Rodríguez Martínez
Obispo de Sigüenza – Guadalajara

 

 
 
 
 
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