En este primer domingo de Cuaresma, el Evangelio nos introduce en el camino hacia la Pascua, mostrando a Jesús que permanece durante cuarenta días en el desierto, sometido a las tentaciones del diablo (cf Mateo 4, 1-11). Este episodio se coloca en un momento preciso de la vida de Jesús: justo después del bautismo en el río Jordán y antes del ministerio público. Él acaba de recibir la investidura solemne: el Espíritu de Dios ha descendido sobre Él, el Padre del Cielo lo ha declarado: «Este es mi Hijo amado» (Mateo 3, 17). Jesús ya está preparado para empezar su misión; y ya que esta tiene un enemigo declarado, es decir Satanás, Él lo afronta enseguida, “cuerpo a cuerpo”. El diablo hace presión precisamente en el título de “Hijo de Dios” para alejar a Jesús del cumplimiento de su misión: «Si eres Hijo de Dios…», lo repite (vv. 3.6), y le propone hacer gestos milagrosos —hacer el “mago”— como trasformar las piedras en pan para saciar su hambre, y tirarse abajo desde el muro del templo y hacerse salvar por los ángeles. A estas dos tentaciones, sigue la tercera: adorarle a él, el diablo, para tener el dominio sobre el mundo (cf v. 9).
Mediante esta triple tentación, Satanás quiere desviar a Jesús del camino de la obediencia y de la humillación –porque sabe que así, por este camino, el mal será derrotado— y llevarlo por el falso atajo del éxito y de la gloria. Pero las flechas venenosas del diablo son todas “paradas” por Jesús con el escudo de la Palabra de Dios (vv. 4.7.10) que expresa la voluntad del Padre. Jesús no dice ninguna palabra propia: responde solamente con la Palabra de Dios…
Y así el Hijo, lleno de la fuerza del Espíritu Santo, sale victorioso del desierto.
Durante los cuarenta días de la Cuaresma, como cristianos estamos invitados a seguir las huellas de Jesús y afrontar el combate espiritual contra el maligno con la fuerza de la Palabra de Dios. No con nuestra palabra, no sirve. La Palabra de Dios: esa tiene la fuerza para derrotar a satanás. Por esto es necesario familiarizarse con la Biblia: leerla a menudo, meditarla, asimilarla. La Biblia contiene la Palabra de Dios, que es siempre actual y eficaz. Alguno ha dicho: ¿ qué sucedería si usáramos la Biblia como tratamos nuestro móvil? ¿Si la llevásemos siempre con nosotros, o al menos el pequeño Evangelio de bolsillo, qué sucedería?; si volviésemos atrás cuando la olvidamos: tú te olvidas el móvil —¡oh!—, no lo tengo, vuelvo atrás a buscarlo; si la abriéramos varias veces al día; si leyéramos los mensajes de Dios contenidos en la Biblia como leemos los mensajes del teléfono, ¿ qué sucedería? Claramente la comparación es paradójica, pero hace reflexionar. De hecho, si tuviéramos la Palabra de Dios siempre en el corazón, ninguna tentación podría alejarnos de Dios y ningún obstáculo podría hacer que nos desviáramos del camino del bien; sabríamos vencer las sugestiones diarias del mal que está en nosotros y fuera de nosotros; nos encontraríamos más capaces de vivir una vida resucitada según el Espíritu, acogiendo y amando a nuestros hermanos, especialmente a los más débiles y necesitados, y también a nuestros enemigos.
La Virgen María, icono perfecto de la obediencia a Dios y de la confianza incondicional a su voluntad, nos sostenga en el camino cuaresmal, para que nos pongamos en dócil escucha de la Palabra de Dios para realizar una verdadera conversión del corazón.
Santo Padre Francisco,
Ángelus, 5 de marzo de 2017
1º Domingo de Cuaresma
Fuente: vatican.va