Ahora nos toca a nosotros: ¿estás dispuesto a continuar la misión de Jesús? ¿ Lo haces en tu familia apuntando a tus hijos a clase de religión, llevándoles a catequesis, teniendo en casa imagen de la Virgen, crucifijo, Evangelio, bendiciendo la mesa….?
¿Eres coherente en tu vida con tu fe, expresándola sin miedo al qué dirán, con los amigos, en el trabajo, dedicando tiempo al que necesita que le escuches, que le consueles, que pongas esperanza en su vida..?
¿Asumes compromisos concretos colaborando en tu parroquia o te escudas para no hacerlo en «no tengo tiempo», «no estoy preparado»…?
¿Piensas en qué el Señor te acompaña en el día a día? ¿Frecuentas la confesión y la Eucaristía para “cargar pilas” y retomar fuerza en tu testimonio?
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Hoy se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Esta fiesta contiene dos elementos. Por una parte, la Ascensión orienta nuestra mirada al cielo, donde Jesús glorificado se sienta a la derecha de Dios (cf. Mateo 16, 19). Por otra parte, nos recuerda el inicio de la misión de la Iglesia: ¿Por qué? Porque Jesús resucitado ha subido al cielo y manda a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo. Por lo tanto, la Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirla inmediatamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía.
Es lo que nos invita a hacer la página del día del Evangelio, en la que el evento de la Ascensión viene inmediatamente después de la misión que Jesús confía a sus discípulos. Una misión sin confines, —es decir, literalmente sin límites— que supera las fuerzas humanas. Jesús, de hecho dice: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Marcos 16, 15). Parece de verdad demasiado audaz el encargo que Jesús confía a un pequeño grupo de hombres sencillos y sin grandes capacidades intelectuales. Sin embargo, esta reducida compañía, irrelevante frente a las grandes potencias del mundo, es invitada a llevar el mensaje de amor y de misericordia de Jesús a cada rincón de la tierra. Pero este proyecto de Dios puede ser realizado solo con la fuerza que Dios mismo concede a los apóstoles. En ese sentido, Jesús les asegura que su misión será sostenida por el Espíritu Santo. Y dice así: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra» (Hechos de los apóstoles 1, 8). Así que esta misión pudo realizarse y los apóstoles iniciaron esta obra, que después fue continuada por sus sucesores…