Procesión D Resu

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

  
 
 
 Procesión D Resu
 ¡El Señor ha resucitado!
Después de la escucha de la Palabra de Dios, de este paso del Evangelio, me nace decir tres cosas.
Primero: el anuncio. Ahí hay un anuncio: el Señor ha resucitado. Este anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca; era el saludo: el Señor ha resucitado. Y las mujeres, que fueron a ungir el cuerpo del Señor, se encontraron frente a una sorpresa. La sorpresa… Los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Y así desde el inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham, Dios te sorprende: «Pero ve, ve, deja, vete de tu tierra». Y siempre hay una sorpresa detrás de la otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que te conmueve el corazón, lo que te toca precisamente allí, donde tú no lo esperas. Para decirlo un poco con un lenguaje de los jóvenes: la sorpresa es un golpe bajo; tú no te lo esperas. Y Él va y te conmueve. Primero: el anuncio hecho sorpresa.
Segundo: la prisa. Las mujeres corren, van deprisa a decir: «¡Pero hemos encontrado esto!».
Las sorpresas de Dios nos ponen en camino, inmediatamente, sin esperar. Y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores la noche de Navidad corren: «Vamos a Belén a ver lo que nos han dicho los ángeles». Y la Samaritana, corre para decir a su gente: «Esta es una novedad: he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho». Y la gente sabía las cosas que ella había hecho. Y aquella gente, corre, deja lo que está haciendo, también la ama de casa deja las patatas en la cazuela —las encontrará quemadas— pero lo importante es ir, correr, para ver esa sorpresa, ese anuncio. También hoy sucede.
En nuestros barrios, en los pueblos cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Ir deprisa. Andrés no perdió tiempo y fue deprisa donde Pedro a decirle: «Hemos encontrado al Mesías».
Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa. En el Evangelio hay uno que se toma un poco de tiempo; no quiere arriesgar.
Pero el Señor es bueno, lo espera con amor, es Tomás. «Yo creeré cuando vea las llagas», dice. También el Señor tiene paciencia para aquellos que no van tan deprisa.
El anuncio-sorpresa, la respuesta deprisa y lo tercero que yo quisiera decir hoy es una pregunta:
«¿Y yo qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios? ¿Soy capaz de ir deprisa, o siempre con esa cantilena, “veré mañana, mañana”? ¿Qué me dice a mí la sorpresa?».
Juan y Pedro fueron deprisa al sepulcro. De Juan el Evangelio nos dice: «Creed». También Pedro: «Creed», pero a su modo, con la fe un poco mezclada con el remordimiento de haber negado al Señor. El anuncio causó sorpresa, la carrera/ir deprisa y la pregunta: ¿Y yo hoy en esta Pascua de 2018 qué hago? ¿Tú, qué haces?
S.S.Francisco, Santa Misa, 1 de abril de 2020
Fuente: vatican.va
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«Resucitó al tercer día, según las Escrituras»
En el Credo repetimos esta expresión: «El tercer día resucitó según las Escrituras». Es precisamente el evento que estamos celebrando: la Resurrección de Jesús, el centro del mensaje cristiano, que resonó desde el principio y ha sido transmitió para llegara hasta nosotros. San Pablo escribe a los cristianos de Corinto: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce». (1 Corintios 15:3-5)
Esta breve confesión de fe anuncia precisamente el Misterio Pascual, con las primeras apariciones del Resucitado a Pedro y a los Doce: la Muerte y la Resurrección de Jesús son justo el corazón de nuestra esperanza. Sin esta fe en la muerte y en la Resurrección de Jesús nuestra esperanza será débil, ya no será ni siquiera esperanza. Y precisamente la muerte y la Resurrección de Jesús son el corazón de nuestra esperanza. El Apóstol afirma: «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es inútil y vuestros pecados no han sido perdonados». (1Cor 15, 17)
 
Por desgracia, a menudo se ha tratado de opacar la fe de la Resurrección de Jesús, e incluso entre los propios creyentes se han insinuado dudas. Un poco una fe de «agua de rosas», como decimos nosotros. No es una fe fuerte. Y a veces por superficialidad, otras por indiferencia, ocupados por miles de cosas que se consideran más importantes que la fe, o por una visión puramente horizontal de la vida.
  
Pero es precisamente la Resurrección la que nos abre a la esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado y la muerte pueden ser derrotados. Esto nos lleva a vivir con mayor confianza las realidades cotidianas, a afrontarlas con valentía y con empeño. La Resurrección de Cristo ilumina con una luz nueva estas realidades cotidianas ¡la Resurrección de Cristo es nuestra fuerza!
¿Pero cómo se nos ha transmitido la verdad de la fe de la Resurrección de Cristo? Hay dos tipos de testimonios en el Nuevo Testamento: algunos son en forma de profesión de fe, es decir, son fórmulas sintéticas que indican el centro de la fe; mientras que otros están en forma de relato del evento de la Resurrección y de los hechos relacionados con ella. La primera: la forma de la profesión de la fe, por ejemplo, es la que acabamos de escuchar, o la de la Carta a los Romanos en la que San Pablo escribe: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado».(10:09). Desde los primeros pasos de la Iglesia es clara y firme la fe en el Misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús. Hoy, sin embargo, quisiera centrarme en la segunda, en los testimonios que toman la forma de un relato, que encontramos en los Evangelios. Sobre todo observamos que los primeros testigos de este evento fueron mujeres. Al amanecer, ellas van al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encontraron el primer signo: el sepulcro vacío (cf. Mc 16:01). Sigue después el encuentro con un Mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv 5-6). Las mujeres son llevadas por el amor y saben acoger este anuncio con fe: creen, y de inmediato lo transmiten, no lo tiene para sí mismas. Lo transmiten.
La alegría de saber que Jesús está vivo y la esperanza que llena el corazón no se pueden contener. Esto debería suceder también en nuestra vida ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! ¡Nosotros creemos en un Resucitado que venció el mal y la muerte! ¡Tengamos la valentía de ´salir´ para llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares de nuestra vida! ¡La Resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza; es el tesoro más precioso! ¡Cómo no compartir con los demás este tesoro, esta certeza. No es sólo para nosotros, es para transmitirla, para darla a los demás, compartirla con los demás. Es nuestro testimonio.
  
Otro elemento. En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección vienen recordados sólo los hombres, los Apóstoles, pero no las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la Ley judaica de aquel tiempo, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble. En los Evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental. Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la Resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo no hubiera estado relacionado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas, en cambio, simplemente se limitan a narrar lo que sucedió: las mujeres son los primeros testigos.
  
Esto nos dice que Dios no elige según los criterios humanos: los primeros testimonios del nacimiento de Jesús son los pastores, gente sencilla y humilde. Y las primeras en ser testimonios de la Resurrección son las mujeres. Y ello es bello, es un poco la misión de las mujeres, de las mamás, de las abuelitas. Dar testimonio a sus hijos y nietos de que Jesús está vivo, vive ha resucitado. Mamás y mujeres ¡adelante con este testimonio!
  
Lo que cuenta para Dios es el corazón, cuán abiertos estamos para Él, si somos como niños que se fían. Pero esto nos hace reflexionar también sobre cómo las mujeres, en la Iglesia y en el camino de la fe, hayan tenido y sigan teniendo aún hoy un papel especial en el abrir las puertas al Señor, en seguirlo y en comunicar su Rostro, porque la mirada de fe necesita siempre la mirada sencilla y profunda del amor. A los Apóstoles y a los discípulos les cuesta más creer, a las mujeres no. Pedro corre al sepulcro, pero se detiene ante la tumba vacía; Tomás debe tocar con sus manos las heridas del cuerpo de Jesús. También en nuestro camino de fe es importante saber y percibir que Dios nos ama, no tener miedo de amarlo: la fe se profesa con la boca y con el corazón, con las palabras y con el amor.
  
Después de las apariciones a las mujeres, siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nuevo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrenal, sino en una nueva condición. Al principio no lo reconocen, y sólo a través de sus palabras y sus gestos los ojos se abren: el encuentro con el Resucitado transforma, da un nuevo vigor a la fe, un fundamento inquebrantable. También para nosotros, hay muchos signos con los que el Resucitado se da a conocer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía y los demás Sacramentos, la caridad, los gestos de amor que llevan un rayo del Resucitado.
¡Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que, también a través de nosotros en el mundo, los signos de muerte dejen lugar a los signos de la vida! He visto que hay muchos jóvenes en la plaza, chicos y chicas, aquí están. Les digo: lleven siempre esta certeza, el Señor está vivo y camina a nuestro lado en la vida. Ésta es vuestra misión. Lleven adelante esta esperanza. Estén anclados a esta esperanza, esta ancla que está en el cielo. Sujétense fuerte a la cuerda, queden anclados y lleven adelante la esperanza. Vosotros, testimonio de Jesús, testimonien que Jesús está vivo y eso nos dará esperanza y dará esperanza a este mundo algo envejecido por las guerras, por el mal y por el pecado ¡Adelante jóvenes!
 S.S. Francisco 
(Catequesis sobre la Resurrección de Jesucristo) 
Audiencia, 3 de abril de 2013 
Fuente: R.V. 
Publicado en Lectio Divina.

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