La fe sin las obras está muerta
De la Carta Pastoral «Firmes en la Fe»
D. Atilano Rodríguez. Obispo de la diócesis Sigüenza-Guadalajara
La confesión pública de nuestra fe en Jescristo y de la pertenencia a la Iglesia no puede dejarnos satisfechos, si no nos impulsa a salir de nosotros mismos para ofrecer a nuestros semejantes el amor de Dios por medio de la acogida cordial, del servicio generoso y de la atención a sus necesidades.
«Profesar (la fe) con la boca indica, a su vez, que la fe implica un testimonio y un compromiso público (…) La fe, precisamente porque es un acto de libertad, exige también la responsabilidad social de lo que se cree» Benedicto XVI, Carta Apostólica Porta fidei, n. 10.
En una sociedad secularizada, en la que tantas personas no conocen a Jesucristo o viven como si no existiese, este testimonio creyente ha de ser siempre el primer paso que hemos de dar para poder evangelizar. Desde la comunión con Cristo en la oración y en las celebraciones sacramentales, el cristiano tiene que estar en el mundo para ofrecer a todos el Evangelio de Jesucristo y para colaborar con los demás hermanos, sean creyentes o no, a la edificación de una sociedad más justa y más humana, en la que se respeten los derechos y la dignidad de cada persona.
El auténtico creyente, desde la humildad de quien se sabe necesitado de Dios, tendrá siempre la fortaleza de ánimo necesaria para mostrar que la fe en Dios no lo aísla del mundo ni de la historia de la humanidad, sino que lo lleva a entrar más a fondo en la realidad para compartir los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de sus hermanos.
Esta preocupación por manifestar el amor de Dios a nuestros semejantes hemos de vivirla de un modo especial en estos momentos de crisis económica y financiera, abriendo nuestro corazón y nuestra cartera a los hermanos más necesitados. Con toda seguridad la mayor parte de nosotros no somos culpables de esta crisis, pero esto no puede hacernos olvidar el sufrimiento y el dolor de quienes no pueden comer o pasan necesidad.
Los pobres, los enfermos y los necesitados fueron los preferidos de Jesús y, por tanto, deben ser también nuestros preferidos (cfr. Mt 5,3-11; 11,5). A la hora de confesar y mostrar públicamente la fe en Jesucristo no podemos olvidar nunca que Él mismo ha querido identificarse con los más pobres y humildes, con los últimos de la sociedad: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
Esta necesidad de unir la fe y la caridad de las obras aparece con gran nitidez y exigencia en la Sagrada Escritura. El apóstol Santiago nos dirá: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?. ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?. Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros le dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?. Así también es la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (Sant 2,14-18).
En conclusión, la fe en Jesucristo no puede caminar al margen de las obras. Pero, para que nadie se considere importante o seguro de sí mismo porque hace obras maravillosas a favor de los demás, el Señor se encarga de recordarnos que en la vida todo es gracia y todo procede de arriba, del Padre de las luces. Es siempre el Señor quien, mediante la acción del Espíritu, derrama su amor en nuestros corazones y nos mueve a manifestarlo a los demás.
D. Atilano Rodríguez
Obispo de la diócesis Sigüenza-Guadalajara