¿En qué y por qué quieres ser el primero? ¿Qué es lo más primordial en tu corazón?
¿Tienes afán de superarte en tu vida cristiana? ¿Sirves a los demás o te sirves de los demás?
* * *
¿En qué y por qué quieres ser el primero? ¿Qué es lo más primordial en tu corazón?
¿Tienes afán de superarte en tu vida cristiana? ¿Sirves a los demás o te sirves de los demás?
* * *
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
¿Un buen maestro? ¿Uno que te hace bien al corazón? ¿Uno que camina contigo en la vida, que te ayuda a ir adelante, a ser un poco bueno?
¿Quién es Jesús para mi? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? ¿ Confieso con todas las consecuencias el nombre de Jesús o me da miedo el compromiso que implica?
¿Soy un cristiano de cultura del bienestar o soy un cristiano que acompaña al Señor hasta la cruz?
En el pasaje evangélico de hoy (cf. Marcos 8, 27-35) vuelve la pregunta que atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús? Pero esta vez es Jesús mismo quien la hace a los discípulos, ayudándolos gradualmente a afrontar el interrogativo sobre su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa de Él la gente y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Por eso, pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (v. 27) De ahí emerge que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a Él no le interesan los sondeos de las habladurías de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando a personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope…
¿Eres consciente de que a veces “te haces el sordo” por no querer escuchar lo que el Señor te pide?
¿Hacia quiénes debo abrir mi vida?
¿ Le pides fortaleza y docilidad al Señor para estar atento a su voz y a la voz de los que me necesitan?
El Evangelio de este domingo (cf. Marcos 7, 31-37) se refiere al episodio de la sanación milagrosa de un sordomudo, realizada por Jesús. Le llevaron a un sordomudo, pidiéndole que le impusiera la mano. Él, sin embargo, realiza sobre él diferentes gestos: antes de todo lo apartó lejos de la multitud. En esta ocasión, como en otras, Jesús actúa siempre con discreción. No quiere impresionar a la gente, Él no busca popularidad o éxito, sino que desea solamente hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el bien se realiza sin clamores, sin ostentación, sin «hacer sonar la trompeta». Se realiza en silencio.
Cuando se encontró apartado, Jesús puso los dedos en las orejas del sordomudo y con la saliva le tocó la lengua. Esto recuerda a la Encarnación. El Hijo de Dios es un hombre insertado en la realidad humana: se ha hecho hombre, por tanto puede comprender la condición penosa de otro hombre e interviene con un gesto en el cual está implicada su propia humanidad. Al mismo tiempo, Jesús quiere hacer entender que el milagro sucede por motivo de su unión con el Padre: por esto, levantó la mirada al cielo. Después emitió un suspiro y pronunció la palabra resolutiva: «Effatá», que significa «Ábrete». Y en seguida el hombre fue sanado: se le abrieron los oídos, se soltó la atadura de su lengua. La sanación fue para él una «apertura» a los demás y al mundo…
¿Juzgo a los demás condenando sus errores y justifico los míos?
¿Me quedo en los formalismos, en cumplir los mandamientos por obligación?
¿Dónde está mi corazón?
¿ Cúal es mi tesoro? ¿Es Jesús y su doctrina o el tesoro es otra cosa?
Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con las palabras sobre el ¡Pan de la vida’, pronunciadas por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces.
Al final de su sermón, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘exitosas’
Algunos miraban a Jesús como a un Mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!
¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!
Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de hoy cuenta su malestar: «¡Es duro este lenguaje! – decían – ¿Quién puede escucharlo?». (Jn 6,60)…
Leer más
El tiempo de verano es propicio para descansar. Pero, además de descansar, también necesitamos orar más y reflexionar sobre temas de nuestra vida. Y no será por falta de ellos. Aunque la pandemia ha supuesto un cierto parón en el ritmo de vida, hay que reconocer que la rapidez con que pasan los acontecimientos nos impide activar la mente para discernir los signos de los tiempos y cuál debe ser la actitud cristiana frente a los problemas de la sociedad.
Decimos que temas no faltan. Recientemente se ha aprobado la ley de la eutanasia; en breve se llevará al Congreso la ley llamada «trans», de consecuencias imprevisibles; y los rebrotes del Covid19 nos alertan sobre una nueva ola de contagios. ¿Nos afectan estos temas? Recuerdo que, cuando se hizo balance de la pandemia en su primera y segunda ola, muchos afirmaban con optimismo que nos había hecho más conscientes de nuestra fragilidad. ¿Es esto cierto? ¿No hemos olvidado rápidamente el sufrimiento de tantos profesionales de la salud, enfermos, familias que han perdido un ser querido?
Decía Kierkegaard que el hombre es un ser contradictorio porque reclama derechos como la libertad de expresión y no practica la libertad de pensamiento. La fe cristiana, además de proporcionar un «código» de conducta moral —lo que llamamos vida en Cristo o ley evangélica— nos permite juzgar los problemas del hombre a la luz de la dignidad de la persona creada a imagen y semejanza de Dios. El «hombre nuevo» se nos ha manifestado en Cristo y es precisamente su imagen la que debemos «reproducir» en nosotros de forma que hagamos patente su absoluta novedad…
¿Acudimos a la Eucaristía porque sentimos hambre de Dios o por rutina, por “cumplir”?
¿La Eucaristía me lleva a sentir a todos, verdaderamente, como hermanos y hermanas? ¿hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con quien se alegra y de llorar con quien llora? ¿Me impulsa a ir hacia los pobres, los enfermos, los marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús?
* * * *
Evangelio de Juan presenta el discurso sobre el «pan de vida», pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, en el cual afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51). Jesús subraya que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, su vida, como alimento para quienes tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra vida, con nuestras actitudes, un pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne. Para nosotros, en cambio, son los comportamientos generosos hacia el prójimo los que demuestran la actitud de partir la vida para los demás...
¿Por qué buscamos al Señor? ¿Por qué y para qué venimos a la Eucaristía de cada domingo?
¿Busco el pan que perece o el Pan de Vida?
* * *
En este domingo continúa la lectura del capítulo sexto del Evangelio de san Juan. Después de la multiplicación de los panes, la gente se había puesto a buscar a Jesús y finalmente lo encuentra en Cafarnaún. Él comprende bien el motivo de tanto entusiasmo por seguirlo y lo revela con claridad: «Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros» (Jn 6, 26). En realidad, esas personas lo siguen por el pan material que el día anterior había saciado su hambre, cuando Jesús había realizado la multiplicación de los panes; no habían comprendido que ese pan, partido para tantos, para muchos, era la expresión del amor de Jesús mismo. Han dado más valor a ese pan que a su donador. Ante esta ceguera espiritual, Jesús evidencia la necesidad de ir más allá del don y descubrir, conocer, al donador. Dios mismo es el don y también el donador. Y, así, de ese pan, de ese gesto, la gente puede encontrar a Aquel que lo da, que es Dios. Invita a abrirse a una perspectiva que no es solamente la de las preocupaciones cotidianas del comer, del vestir, del éxito, de la carrera. Jesús habla de otro alimento, habla de un alimento que no se corrompe y que es necesario buscar y acoger. Él exhorta: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre» (v. 27). Es decir, buscad la salvación, el encuentro con Dios…
El próximo 26 de julio la Iglesia en España celebra por primera vez la Jornada Mundial de los abuelos y personas mayores. Una jornada instaurada por el papa Francisco en torno entorno a la festividad de San Joaquín y Santa Ana. El tema elegido para este año es:
“Yo estoy contigo todos los días”(cf. Mt 28, 20)
* * * * *
Carta semanal de nuestro obispo
La dolorosa experiencia que estamos viviendo como consecuencia de la pandemia está golpeando a millones de personas en todo el mundo. Los abuelos habéis experimentado con especial crudeza los efectos de la infección por la debilidad de los años y por las secuelas de otras enfermedades. Muchos habéis vivido la enfermedad sin la compañía y el afecto de vuestros seres queridos en los hospitales o residencias; otros no han podido superarla y han partido ya para la casa del Padre.
El papa Francisco, que en tantas ocasiones ha mostrado su reconocimiento y especial estima a los mayores por su entrega incondicional al servicio de la familia y de la sociedad, así como por el testimonio de su fe, nos invita este año a todos los cristianos a celebrar “la primera jornada mundial de los abuelos y de las personas mayores” el próximo día 25 de julio, víspera de la fiesta de San Joaquín y de Santa Ana, padres de la Santísima Virgen, con el lema “Yo estoy contigo todos los días” (Cfr. Mt 28, 20).
La experiencia de la presencia de Jesucristo en nuestras vidas y la apertura a su amor incondicional en medio del dolor y del sufrimiento es la única fuente de esperanza y de paz para todos. Por eso, el Santo Padre, asumiendo su ancianidad, nos invita a todos, especialmente a las personas mayores, a escuchar y meditar la Palabra de Dios para descubrir en ella las propias raíces y para transmitir la fe a hijos y nietos…
Martes, 27 de julio, a las 12:00 h. y
miércoles, 28 de julio, a las 19:30 h.
en la iglesia del Carmen
____________