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Novena en honor a la Inmaculada Concepción de María

 Del 29 de noviembre al 7 de diciembre en nuestra parroquia

Mañanas: a las 12:30 h.  después de la Santa Misa

Tardes: a las 19:00 h. Rosario, Novena y Santa Misa.

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Vigilia Diocesana de la Inmaculada en la iglesia del Carmen

Domingo, 7 de diciembre
20,30 h. Rosario en el exterior del templo y a continuación dentro del templo Vigilia
(presidida por el Sr. Obispo, D. Julián Ruiz)

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Lunes, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

En la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, nuestra mirada es atraída por la belleza de la Madre de Jesús, nuestra Madre. Con gran alegría la Iglesia la contempla «llena de gracia» (Lc 1, 28), y comenzando con estas palabras la saludamos todos juntos: «llena de gracia». Digamos tres veces: «Llena de gracia». Todos: ¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia! Así, Dios la miró desde el primer instante en su designio de amor. La miró bella, llena de gracia. ¡Es hermosa nuestra madre! María nos sostiene en nuestro camino hacia la Navidad, porque nos enseña cómo vivir este tiempo de Adviento en espera del Señor. Porque este tiempo de Adviento es una espera del Señor, que nos visitará a todos en la fiesta, pero también a cada uno en nuestro corazón. ¡El Señor viene! ¡Esperémosle!

El Evangelio de san Lucas nos presenta a María, una muchacha de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del Imperio romano y también en la periferia de Israel. Un pueblito. Sin embargo en ella, la muchacha de aquel pueblito lejano, sobre ella, se posó la mirada del Señor, que la eligió para ser la madre de su Hijo. En vista de esta maternidad, María fue preservada del pecado original, o sea de la fractura en la comunión con Dios, con los demás y con la creación que hiere profundamente a todo ser humano. Pero esta fractura fue sanada anticipadamente en la Madre de Aquél que vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. La Inmaculada está inscrita en el designio de Dios; es fruto del amor de Dios que salva al mundo.  

La Virgen no se alejó jamás de ese amor: toda su vida, todo su ser es un «sí» a ese amor, es un «sí» a Dios. Ciertamente, no fue fácil para ella. Cuando el Ángel la llamó «llena de gracia» (Lc 1, 28), ella «se turbó grandemente», porque en su humildad se sintió nada ante Dios. El Ángel la consoló: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (vv. 30-31). Este anuncio la confunde aún más, también porque todavía no se había casado con José; pero el Ángel añade: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

El misterio de esta muchacha de Nazaret, que está en el corazón de Dios, no nos es extraño. No está ella allá y nosotros aquí. No, estamos conectados. De hecho, Dios posa su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer, con nombre y apellido. Su mirada de amor está sobre cada uno de nosotros. El apóstol Pablo afirma que Dios «nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e intachables» (Ef 1, 4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nosotros nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.

En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor, ser transformados por la belleza de Dios. Mirémosla a ella, nuestra Madre, y dejémonos mirar por ella, porque es nuestra Madre y nos quiere mucho; dejémonos mirar por ella para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.

 Santo Padre Francisco
Ángelus, 8 de diciembre de 2013
Fuente: vatican.va

Segundo domingo de Adviento – Ciclo A-

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos anuncia la llegada del Reino de Dios (cf. Mt 3,1-12). Antes de Jesús, aparece en escena su precursor, Juan el Bautista. Él predicaba en el desierto de Judea diciendo: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,1).

En la oración del “Padre nuestro”, pedimos cada día: «Venga tu reino». Jesús mismo nos lo enseñó. Y con esta invocación nos orientamos hacia lo nuevo que Dios tiene reservado para nosotros, reconocemos que el curso de la historia no está ya escrito por los poderosos de este mundo. Ponemos nuestros pensamientos y energías al servicio de un Dios que viene a reinar no para dominarnos, sino para liberarnos. Es un “evangelio”, una auténtica buena noticia, que nos motiva y nos involucra.

Ciertamente, el tono del Bautista es severo, pero el pueblo lo escucha porque en sus palabras resuena la llamada de Dios a no jugar con la vida, a aprovechar el momento presente para prepararse al encuentro con Aquel que no juzga por las apariencias, sino por las obras y las intenciones del corazón.

El mismo Juan será sorprendido por la forma en que el Reino de Dios se manifestará en Jesucristo, en la mansedumbre y la misericordia. El profeta Isaías lo compara con un renuevo: una imagen que no es de poder o destrucción, sino de nacimiento y novedad. Sobre ese brote, que surge de un tronco aparentemente muerto, comienza a soplar el Espíritu Santo con sus dones (cf. Is 11,1-10). Todos tenemos el recuerdo de una sorpresa parecida que nos ha ocurrido en la vida.

Es la experiencia que vivió la Iglesia en el Concilio Vaticano II, que concluía precisamente hace sesenta años; una experiencia que se renueva cuando caminamos juntos hacia el Reino de Dios, todos dispuestos a acogerlo y servirlo. Entonces no sólo florecen realidades que parecían débiles o marginales, sino que se realiza lo que humanamente se consideraría imposible, como en las imágenes del profeta: «El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá» (Is 11,6).

Hermanas y hermanos, ¡ cuánto necesita el mundo esta esperanza! Nada es imposible para Dios. Preparémonos para su Reino, acojámoslo. El más pequeño, Jesús de Nazaret, nos guiará. Él, que se puso en nuestras manos, desde la noche de su nacimiento hasta la hora oscura de su muerte en la cruz, resplandece en nuestra historia como el sol naciente. Ha comenzado un nuevo día: ¡despertemos y caminemos en su luz!

He aquí la espiritualidad del Adviento, tan luminosa y concreta. Las luces a lo largo de las calles nos recuerdan que cada uno de nosotros puede ser una pequeña luz, si acoge a Jesús, brote de un mundo nuevo. Aprendamos a hacerlo como María, nuestra Madre, mujer que aguarda con confianza y esperanza.

S.S. León  XIV- Ángelus
7 de diciembre de 2025
Fuente: vatican.va

Segundo domingo de Adviento – Ciclo A – Eucaristía de Familias

Monición de entrada: En el segundo domingo de Adviento encendemos otra vela de la corona, y junto a la primera, su luz hace que todo brille con más fuerza. Deja que su brillo te recuerde que siempre puedes empezar de nuevo. Cada día es una oportunidad para que Jesús te ayude a ser más bueno, más alegre y más luminoso. ¡Abre tu corazón y déjala entrar!
En nuestra “Ventana de la Paz” hoy se asoma Juan Bautista  y nos avisa que viene la LUZ, que preparemos el camino y nos convirtamos, como el gusano se convierte en mariposa. Leer más

Corona de Adviento

Prepara tu corona de Adviento
La palabra Adviento procede del latín y quiere decir venida. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.

La corona es un círculo de hojas verdes, la forma simboliza la eternidad y el color la esperanza y la vida. En el centro de círculo se colocan cuatro velas para encenderse una cada domingo de Adviento. La luz de la vela simboliza nuestra fe.

El conjunto se sitúa cerca del altar o del ambón de la Palabra, si es en la Iglesia, o en un lugar adecuado si se utiliza en un ambiente familiar o escolar.

 En Navidad se puede añadir una quinta vela, hasta el final del tiempo de Navidad y si se quiere se puede situar la imagen del Niño en relación con la corona: se tiene que ver que la Navidad es más importante que la espera del Adviento.

La corona de Adviento se ha convertido rápidamente en un elemento complementario de pedagogía cristiana para expresar la espera de Cristo Jesús como Luz y Vida.

 BENDICIÓN DE LA CORONA DE ADVIENTO
 
La tierra, Señor, se alegra estos días
y tu Iglesia desborda
de gozo ante tu Hijo, el Señor,
que se avecina como luz esplendorosa,
para iluminar a los que yacemos
en las tinieblas de la ignorancia,
del dolor y del pecado.
 
Llenos de esperanza en su venida,
nuestra familia ha preparado esta corona
con ramos y la ha adornado con cirios.
Ahora, pues, que comenzamos
el tiempo de preparación para la venida de tu Hijo,
te pedimos, Señor, que,
mientras se acrecienta cada día el esplendor de esta corona
con nuevas luces,
nos ilumines a nosotros con el esplendor de aquel que,
por ser la luz del mundo, iluminará todas las oscuridades.
 
Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

6 de diciembre, fiesta de San Nicolás

 
San Nicolás de Bari vivió aproximadamente entre los años 280 a 345. Se sabe de manera cierta, que hacia la época del concilio de Nicea (año 325) era obispo de Myra, diócesis del Asia Menor. Es probable, aunque no está probado, que asistiera al concilio. Murió en la capital de su diócesis y fue sepultado en la catedral. En el año 1087 sus restos fueron trasladados a Bari, en Italia.
 
Si tuviésemos que atenernos a lo históricamente demostrable, podríamos terminar aquí. Pero hay un gran hecho histórico que no se puede desconocer: la devoción a San Nicolás de Bari, es intensa y extensa. Podríamos decir que, si bien los abundantes milagros que se atribuyen a San Nicolás no están probados, sí lo está el milagro patente de que sea el Santo que cuenta con la iconografía más numerosa, de tal modo que las imágenes de San Nicolás sólo las superan las de la Santísima Virgen.
 
Su biografía se escribió cinco siglos después de su muerte (año 847), encontrando en ella más devoción entusiasta que documentación histórica; pero a cambio, poseemos una tradición ininterrumpida que nos autoriza a trazar aquí la biografía popular entrañable del Santo de Myra y de Bari.
San Nicolás nació en Pátara de Licia, una antigua provincia del Asia Menor. En su juventud peregrinó a Egipto y Palestina, y al poco tiempo de su regreso fue nombrado obispo de Myra, capital de la provincia de Licia, junto al mar Mediterráneo. Fue encarcelado durante la persecución de Diocleciano por defender su fe, siendo liberado al subir al trono el emperador Constantino.  San Nicolás combatió incansablemente el paganismo.
  
Posiblemente San Nicolás participó en el concilio de Nícea en el año 325, donde se condenó la herejía arriana que ponía en duda la divinidad de Jesucristo, y se instituyó el credo Niceno que se reza en la misa; sin embargo, su nombre no aparece en las antiguas listas de los obispos que participaron en el concilio. Su legendaria caridad es el origen del personaje conocido  como “Santa Claus”. 
 
De los numerosos hechos que se relatan de la vida del Santo, el más difundido y el más generalmente aceptado, aunque no se trata de milagro, sí da muestra de su generosa y encendida caridad: Había en Pátara, según se dice, un hombre rico venido a menos que tenía tres hijas muy hermosas a las que no podía casar por falta de dote. Y el hombre fue tan ruin que maquinó el prostituir a sus bellas hijas para obtener dinero. Al enterarse San Nicolás —sin que sea necesario admitir que por especial revelación divina, como quieren algunos—, se dirigió en el silencio de la noche hasta la casa donde habitaban el padre y las hijas, arrojando por la ventana de la habitación del padre una bolsa de oro, retirándose sin ser oído.
 
Al día siguiente el padre, al contar con dinero suficiente para dote de una de las muchachas, abandonó su malvada idea y destinó aquel oro a dotar a una de las muchachas, que inmediatamente se casó.
 
El Santo, al advertir el excelente fruto conseguido, repitió su excursión nocturna y dejó otra bolsa, que constituyó la dote de la segunda de las jóvenes. Nicolás repitió el donativo por tercera vez, pero en esta ocasión fue sorprendido por el padre, que arrepentido ya de sus malos pensamientos, se explayó en manifestaciones de gratitud y de piedad. Por él se supo lo ocurrido y que había sido San Nicolás el generoso donante.
 
Como la tradición quiere que las tres veces que el Santo dejó la bolsa ocurriera el hecho en lunes, en esto se funda la devoción de los tres lunes de San Nicolás…

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Nos encontramos todos los domingos para celebrar la Eucaristía de las Familias

Nos reunimos los domingo para celebrar la Eucaristía de las Familias, a las 13,00 h. 

Os animamos a venir en familia y  participar leyendo, cantando (podéis participar más activamente en el coro con vuestra voz o con algún instrumento !!!) o ayudando como monaguillos (los que ya han hecho la Primera Comunión).

¡¡  Jesús te espera, no faltes !!    

Proyecto de acompañamiento en hospitales. Sociedad de San Vicente de Paúl (SSVP)

La Sociedad de San Vicente de Paúl (SSVP) ha lanzado un proyecto de acompañamiento en hospitales para brindar apoyo a personas hospitalizadas y a sus familiares. Este proyecto, que va dirigido a los aspectos más trascendentales de la persona, busca humanizar el entorno hospitalario, y ofrecer consuelo y compañía en momentos de soledad y vulnerabilidad. Los servicios de acompañamiento […]

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Primer domingo de Adviento – Ciclo A

Comenzamos el Adviento para prepararnos a rememorar, en Navidad, el misterio de Jesús, Hijo de Dios, «engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre» (Credo Niceno-Constantinopolitano), como declararon solemnemente hace 1700 años los Padres reunidos en el Concilio de Nicea. En este contexto, la liturgia nos propone, en la primera lectura (cf. Is 2,1-5), […]

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